Juan Javier Berenguel
Campesino tumbado, Retrato de niña con sombrero tonto y Fraile ya forman parte de la colección permanente.
El Museo Ibáñez de Olula del Río acaba de adquirir para los fondos de su colección permanente tres nuevos “capuletos”. Se trata de las obras Campesino tumbado, de 1950, y Fraile y Retrato de niña con sombrero tonto, ambas de 1947. Los cuadros, pertenecientes a la antigua colección Frechilla, salieron a la venta hace dos meses en una sala de subastas de Madrid. Allí fueron adquiridos por Andrés García Ibáñez, presidente de la Fundación Ibáñez-Cosentino. Las obras estaban en un precario estado de conservación, sin marco ni bastidor, los lienzos enrollados, y presentaban importantes pérdidas de capa pictórica y suciedades acumuladas. Las obras se han sometido a un exhaustivo proceso de restauración para devolverles su antiguo esplendor. Ello ha propiciado la recuperación de tres obras muy significativas del primer período del autor, que corresponde con la época fundacional del Movimiento Indaliano.
Todo ello responde al compromiso que en su día adquirió la Fundación Ibáñez Cosentino en aras a la promoción y difusión de la obra y figura de Capuleto, completando el legado que fue depositado por la familia Capulino Jaramillo en el museo olulense.
Lo singular de las obras en cuestión es su calidad artística y etapa la creativa a la que pertenecen. En esta época fue apadrinado por el crítico de arte Eugenio d’Ors y se convirtió en una de las jóvenes promesas artísticas de la década, una etapa de plena integración en los círculos artísticos de Madrid, aunque sin romper ese fuerte vínculo que siempre mantuvo con Almería.
La primera obra, de gran tamaño, 180 x 120 cms, firmada y fechada en 1950, destaca por su tratamiento cercano al cubismo picassiano en las figuras y composición general. Por otro lado, el color y temática son afines y cercanos al universo y poética capuletiana, pero evidencian también un fuerte influjo del jienense Rafael Zabaleta. Será dentro de este mismo período, concretamente en 1953, cuando el artista aparece becado con una estancia en Italia, gracias a la intercesión de Eugenio d`Ors y la diplomacia española e italiana (Ministerio de Asuntos Exteriores y la embajada de Italia en España). Allí conocerá a artistas italianos, como De Chirico o Marino Marini, y establecerá contactos con los artistas e intelectuales españoles instalados en la capital transalpina, tales como Conejo, Joaquín Vaquero, Eugenio Montes y Ataulfo Argenta, entre otros. Es tal su interés en conocer de primera mano el arte etrusco, la pintura pompeyana y el arte del Quatrocento, que visitaría ciudades como Florencia o Venecia.
En las dos obras fechadas en 1947 queda patente esa primera etapa de juventud donde explora territorios figurativos que se emancipan del realismo académico para bucear en las primeras vanguardias históricas. También una temprana ironía y un notable sentido del humor en fecha tan temprana. Sorprende en ellas la búsqueda matérica de un autor de apenas diecinueve años y la importancia otorgada a la línea, a su arabesco e intención deformante. Estas obras se expusieron en la célebre Exposición del Movimiento Indaliano, celebrada en 1947 en el Museo de Arte Moderno de Madrid, que consagró al grupo en la esfera nacional. De allí pasarían a la colección particular antes citada.

Las obras Retrato de niña con sombrero tonto y Fraile serán expuestas en breve, como obras invitadas, en el Museo de Arte Doña Pakyta (Almería). La obra Campesino tumbado ya está expuesta en el Museo Ibáñez de Olula del Río, en las salas dedicadas al Arte almeriense. Puede contemplarse en el horario habitual de apertura de martes a sábado, de 11 a 14h y de 17 a 20h; domingos de 11 a14h.
Francisco Capulino-Lanuza Pérez (Almería, 1928 – Almería, 2009)
Artista formado en la Escuela de Artes de Almería, fue uno de los fundadores del Movimiento Indaliano, grupo capitaneado por Jesús de Perceval desde 1945, con el expuso en numerosas ocasiones y al que se mantuvo cercano hasta 1948, momento en el que, tras exponer en el VI Salón de los Once en Madrid, se instala en dicha ciudad. Al amparo del crítico de arte Eugenio d’Ors, se convirtió en una de las jóvenes promesas artísticas de la década de 1950, participando en los salones, bienales y exposiciones organizadas tanto en Madrid como fuera de España. Tras su estancia entre 1958 y 1964 en Venezuela, regresó de nuevo a Almería, retomando con fuerza y aires renovados su pasión por la pintura. A partir de ese momento manifiesta un silencio expositivo por voluntad propia, que dura hasta el final de sus días, motivando su desaparición de la escena artística. Pese a todo, permanece activo toda su vida, pintando en soledad, en un permanente diálogo con sus referentes artísticos: Velázquez, Vermeer, Cézanne y Matisse. En su producción, unos poquísimos temas recurrentes -calaveras, bodegones de carnicería, camas de hospital y figuras en interiores- tratado con una técnica cada vez más ligera y transparente, y un lenguaje expresionista.