
San Lucas continúa con la catequesis sobre la oración después del relato del samaritano “descartado”, que pide y agradece a Jesús su curación. Ahora, da un paso más, y se fija en la oración insistente y perseverante de una mujer viuda que, como sabemos, en aquel contexto es ejemplo tipo de persona desamparada por su condición de mujer y por la ausencia del principio de estabilidad que suponía el varón en cada familia (Lc 18,1-8).
El texto de este domingo XXIX del tiempo ordinario se introduce mostrando la intencionalidad de Jesús cuya finalidad «es enseñar a los discípulos que deben orar en cualquier circunstancia, sin desanimarse» (v.1). La oración, el diálogo con Dios, se sustenta y tiene su fundamento en la fe que, incluso en las noches de la existencia, tiene que ser perseverante porque Dios no desoye nunca nuestras oraciones. De ahí que la intencionalidad primera llega a su cenit en el verso 8 donde la oración se une a la fe para hacer notar que no hay oración sin fe ni fe que no se nutra con el diálogo permanente con el Señor.
La enseñanza lucana es muy oportuna para el momento que vive la comunidad. No hemos de olvidar el contexto y a las personas que se dirige la enseñanza. El escenario es el camino a Jerusalén. Las circunstancias son las propias de una comunidad de segunda generación que ve alargarse el tiempo de la parusía y se sume en la rutina y las dificultades propias de su entorno pagano que, en muchos casos, lleva a los cristianos a la persecusión y martirio.
La catequesis sobre la oración insistente se explana con una parábola. En ella encontramos a un juez «que no temía a Dios ni respetaba a persona alguna». Mal lo tiene la viuda a la hora de implorar justicia ante tamaño personaje. La situación le era totalmente contraría. Ella, una don nadie, luchando con un juez engreído y corrupto. No obstante, ante situación tan adversa, la mujer no pierde la esperanza. La técnica “del disco rallado”, dale que te pego, hace que la pobre mujer consiga, a pesar de tenerlo todo en contra, lo que pretende. En esta viuda vemos retratados a tantas personas y pueblos que viven sufriendo por la violencia de su situación material y espiritual y, por otro lado, la incomprensión de aquellos que pudiendo hacer justicia van a lo suyo y no le interesa el sufrimiento de los empobrecidos.
En esta parábola la figura del juez injusto se emplea para mostrar de manera simbólica como es y actúa Dios que «hace justicia sin tardar» y no hace oidos sordos «a los que gritan día y noche» para que se «haga justicia».
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat