
Celebramos este domingo XXXII del tiempo ordinario la fiesta de la dedicación de la basílica de Letrán dedicada por el papa Silvestre a Jesucristo Salvador (año 314). La basílica en cuestión es la más antigua de todas las basílicas romanas. Es la catedral del Papa. La solemnidad nos recuerda que el espacio, el verdadero templo, donde el cristiano se encuentra con Dios no se ciñe a un espacio, sino que es el mismo Jesucristo. La Iglesia, comunidad reunida en su nombre, es lugar de presencia y encuentro con el Señor resucitado. En este domingo, por extensión a esta celebración casi dos veces milenaria, las iglesias particulares celebran el Día de la Iglesia diocesana.
En esta conmemoración la liturgia nos ofrece el texto evangélico de san Juan 2, 13-22. En él se nos relata uno de los siete signos que componen la primera parte del evangelio joánico al modo de programa sobre la actividad y predicación de Jesús.
Jesús «sube a Jerusalén». Es la fiesta de Pascua, el 14 del mes de Nisán, fecha en la que los israelitas «debían de presentarse al Señor» para cumplir con lo dispuesto en la ley (Ex 34,23). El mandato mosaico explica la aglomeración y el bullicio de las gentes que, además de cumplir con el precepto, aprovechaban para comprar, vender y hacer sus obligadas ofrendas. Como en todo, había sus diferencias. Los ricos sacrificaban un buey o una oveja y los pobres se conformaban con presentar dos tórtolas o dos pichones (Lv 5,7). Unos y otros aportaban en los cepillos y lampadarios su estipendio en dinero emitido por la misma fábrica del templo. Todo quedaba en casa. La moneda, el siclo, era moneda propia para evitar la contaminación con dineros que llevasen impresos las efigies de dioses extranjeros.
Jesús, contemplando el panorama, no puede por menos que exclamar: «no convirtáis de la casa de mi Padre en un mercado». Acompaña a sus palabras el signo del látigo que recuerda el salmo 69,10: «El celo de tu casa me devora». Con la expulsión del ganado Jesús anuncia el propósito de liberar al pueblo de la explotación disfrazada de culto, denuncia el abuso del dinero y a las autoridades por aprovecharse de los pobres en el negocio de lo sagrado. El signo de Jesús anuncia la llegada y comienzo de una nueva era, donde la imagen de la destrucción del templo alude al nuevo y único templo que es «su propio cuerpo» (v.21). Pasado el tiempo, los cargos contra Jesús ante el sanedrín serán las palabras que en su día pronunció sobre la destrucción del templo material (cf. Mc 14,58) y le serán recordadas y dramáticamente en el momento de la agonía (cf. Mc 15,29).
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat







