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-LA MUERTE DE CLEOPATRA VII “FILOPATER” REINA DE EGIPTO, Y DE MARCO ANTONIO, TRIUNVIRO DE ROMA-

POR: DR. JOSE MARIA MANUEL GARCIA-OSUNA Y RODRIGUEZ

En el presente trabajo para LA GACETA DE ALMERÍA, me he acercado a una de las parejas emblemáticas, y más controvertidas de la Historia de la Humanidad; y lo paradójico del hecho estriba precisamente en como murieron; ya que su vida siempre fue muy compleja, y sería su paso al otro mundo el que los enaltecería. Y precisamente por ello, por su forma de morir, es por lo que son, prístinamente, PERSONAJES DE LA HISTORIA.

 

Me estoy refiriendo al triunviro MARCO ANTONIO, uno de los personajes romanos del siglo I a.C. más conspicuos, aunque él se consideraba más genial de lo que era en realidad; y a la Reina de Egipto de la Dinastía Ptolemaica, CLEOPATRA VII “FILOPATER”.

 

Realmente no se sabe si hubo amor entre ellos, o fue una alianza política muy interesante para ambos. Lo que sí parece obvio es que ambos sintieron una importante atracción a lo largo de su devenir vivencial, lo que se demuestra en la batalla de Accio, cuando la Reina abandona dicha conflagración en el Mar Adriático, y el triunviro enloquecido lo deja todo al albur del rencor de Gayo Julio César Octaviano, y del almirante Marco Agripa, abandonando la escena bélica.

 

El joven sobrino-nieto de Gayo Julio César, no perdonó aquel comportamiento de su otrora aliado Marco Antonio, y su natural idiosincrasia rencorosa y vengativa no dejaría a ningún enemigo que le pudiera disputar el imperium y la auctoritas; cayendo en esta masacre hasta el joven hijo de Julio César y de Cleopatra VII, llamado Ptolomeo Cesarión.

 

Este es el trabajo realizado sobre esta pareja, porque no decirlo, de enamorados, y que tantos textos y páginas han llenado con su forma de vivir, amar y morir. Ambos se promocionaron enormemente ya en vida, y llegaron a una confrontación con Roma, que el imperialismo político romano no la iba a permitir, en ninguna circunstancia.

 

-Plutarco de Queronea describe a Marco Antonio: “… tenía la barba poblada, la frente espaciosa, la nariz aguileña, de modo que su aspecto en lo varonil parecía tener cierta semejanza con los retratos de Hércules pintados y esculpidos (…) procuraba él mismo acreditarlo con su modo de vestir, porque cuando había de mostrarse en público llevaba la túnica ceñida por las caderas, tomaba una grande espada y se cubría de un saco de los más groseros. Aún las cosas que chocaban en los demás, su aire jactancioso, sus bufonadas, el beber ante todo el mundo, sentarse en público a tomar un bocado con cualquiera y comer el rancho militar, no se puede decir cuánto contribuían a ganarle el amor y la afición del soldado. Hasta para los amores tenía gracia, y era otro de los medios de que sacaba partido, terciando en los amores de sus amigos y contestando festivamente a los que se chanceaban con él acerca de los suyos. Su liberalidad y el no dar con mano encogida o escasa para socorrer  a los soldades y a sus amigos fue en él un eficaz principio para el poder, y después de adquirirlo le sirvió en gran manera para aumentarlo, a pesar de los millares de faltas que hubieran debido echarlo por tierra (…) con sus distracciones no cuidaba de dar oídos a los que sufrían injusticias, trataba mal a los que iban a hablarle, y no corrían buenas voces en cuanto a abstenerse de las mujeres ajenas (…) cometió mayores violencias según el mayor poder que tenía…”.

-Matrimonios e hijos del Triunviro:

1º)-Con Fadia, hija del liberto Quinto Fadio.

2º)-Con Antonia, su prima-carnal, hija de Gayo Antonio Híbrida. La cual sería repudiada, cuando tuvo la convicción de que era la amante del tribuno-militar y su amigo, Publio Cornelio Dolabela. Su hija se llamaría Antonia, quien se matrimoniaría con Pitodoro de Trales.

3º)-Con Fulvia. Sus hijos serían: Marco Antonio Antilo, ejecutado en el año 30 a.C. por orden de Octaviano. Julio Antonio, casado con Claudia Marcela “la Mayor”.

4º)-Con Octavia. Sus hijos serían: Antonia “la Mayor” casada con Lucio Domicio Ahenobarbo. Antonia “la Menor” casada con Claudio Druso Nerón.

5º)-Con Cleopatra VII de Egipto. Sus hijos fueron: los mellizos Alejandro Helios y Cleopatra Selene, ésta casada con el Rey Juba II de Numidia. Y Ptolomeo XVI Filadelfo Antonio

 

-MARCO EMILIO LÉPIDO-

El 1 de enero del año 34 a.C., y como era de rigor según la legislación del Derecho Romano, Marco Antonio (Roma, 14 de enero de 83 a.C.-Alejandría, 1 de agosto de 30 a.C.) llegó al consulado por segunda vez, y obviamente una década ya había transcurrido desde su primer consulado (44 a.C.). Antonio renunció antes de 24 horas, ya que su poder ahora era omnímodo, y además formaría el Segundo Triunvirato (43-38 a.C.), con Gayo Julio César, y con Marco Emilio Lépido (89 a.C.-13 o 12 a.C.).

El Segundo Cónsul sería Lucio Escribonio Libo/Libón (ca. 90 a.C./Roma-¿?). Demostrando la carencia del más mínimo respeto hacia la magistratura republicana más conspicua, Antonio y Octaviano ya habían creado el listado de aquellos que deberían ser cónsules en los siguientes ocho años.

El 1 de enero del año 33 a.C., también Octaviano renunciaría antes de 24 horas a su consulado, por lo que durante el resto del citado año 33 a.C., el poder lo ejercieron 6 cónsules diferentes:

-2ºS cónsules: Lucio Volcacio Tulo (Roma, siglo I a.C.-siglo I a.C.), los suffectus o especial elegido en substitución del cónsul ordinario, su mandato duraba unos meses, serían: Gayo Fonteyo Capitón (Roma, ca. 80 a.C.-Siglo I a.C.); Quinto Laronio (Vibo Valentia, Siglo I a.C.-Siglo I a.C. Novi Homines); Lucio Autronio Peto (Siglo I a. C.); Lucio Flavio (Siglo I a.C.); Marco Acilio Glabrión (Roma, 81 a.C.-¿? Siglo I a. C.); y Lucio Vinicio (Cales, Siglo I a.C.- ¿? Siglo I a.C. Como Tribuno de  la Plebe puso su veto, en 51 a.C., a un senadoconsulto contra Julio César).

Todo este caos político, tan poco respetuoso con las leyes romanas había tenido su inicial desideratum, en el año 38 a.C., cuando los triunviros Marco Antonio, Gayo Julio César Octaviano y Marco Emilio Lépido habían nombrado, motu proprio, a 67 pretores, que eran los magistrados encargados de impartir justicia.

Sea como sea, los seguidores de ambos, Antonio y Octaviano, tenían muy poco respeto a las instituciones tradicionales de Roma, pero sí seguían ambicionando el blasón que se derivaba de ocuparlas. Las restricciones de la edad no se observaban.

«Un pretor dimitió del cargo en favor de su hijo; un cuestor resultó ser un esclavo huido al que identificó su antiguo amo, y se descubrió a otro esclavo prófugo ejerciendo de pretor. Los esclavos que se ajusticiaba solían ser crucificados, pero tan terrible castigo no parecía adecuado a quien había sido pretor, aunque fuera ilegalmente, y el tribunal decretó dar la libertad al infractor para luego darle muerte tirándolo desde la roca Tarpeya. Antonio y Octavio se habían otorgado un consulado conjunto para el 31 a.C., más de un año después de que en teoría hubiera expirado su poder triunviral; es un dato curioso, y tal vez tuvieran pensado estar ambos en Roma para entonces con objeto de renovar o renegociar su alianza» (“Antonio y Cleopatra”. Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros, 2011. Página-370).

Marco Antonio no se había posicionado en contra de Roma, aunque aquella auténtica parafernalia de los reinos griegos le producían admiración. Siempre se sintió feliz en la populosa y cosmopolita capital egipcia ptolemaica, Alejandría, y en ella llegó a ser gimnasiarca, que era el funcionario helénico que supervisaba las competiciones de atletismo. La preeminencia de su instinto o sentido de la paternidad iba dirigida hacia su hijo Marco Antonio Antilo (Roma, 47 a.C.-Alejandría, 23 de agosto de 30 a.C. Ejecutado por decapitación), tenido con su esposa Fulvia (Roma, 77 a.C.-Sición, 40 a.C.), y de esta forma acuñó una moneda argentea con su efigie en el anverso y la de su hijo en el reverso.

Según Plutarco de Queronea (Queronea, ca. 46 o 50 d.C.-Delfos, ca. 120 d.C.), Fulvia no tenía ningún interés en las labores del hilado o del hogar, y no deseaba un esposo que no se dedicase a la política. Según dicho historiador, la Reina Cleopatra VII le estaba muy agradecida, porque habría enseñado al triunviro a obedecer la autoridad de una mujer. Fulvia sería la primera mujer romana mortal en aparecer en las monedas.

Filotas, que era amigo de Lamprias, abuelo paterno del historiador citado, y que lo conoció en Alejandría, solía calificar al joven de muy inteligente y generoso.

«En una ocasión Antilo le regaló unas copas de oro que acababan de usarse en un banquete; curiosamente, esto recuerda la visita de Cleopatra a Tarso. A Filotas le preocupaba que el chico pudiera meterse en un lío por regalar algo tan caro, pero al entregarle el regalo y pedirle el recibo, los sirvientes le aseguraron que el hijo de Marco Antonio podía regalar todo el oro que quisiera; substituyeron las copas por su valor en dinero, eso sí, porque algunas eran antiguas y su padre podría echarlas de menos. En otro lugar, Plutarco relata otra anécdota sobre la generosidad del propio Antonio, que había prometido a un hombre doscientos cincuenta mil denarios. Uno de los esclavos a cargo de su cuidado personal, preocupado porque tal vez su amo no se diera cuenta del enorme valor del regalo, puso todas las monedad a la vista para mostrarle lo cuantiosa que era la suma. Y al decirle para qué era todo aquel dinero, Antonio se quedó atónito: había pensado que el obsequio era mayor, e inmediatamente ordenó que la cantidad se duplicara» (‘Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Páginas 370-371).

La existencia de una gran riqueza en la corte ptolemaica permitiría a Antonio y a la soberana mantener una vida de gran derroche de dinero y de un lujo ostentoso, que generaba escándalo en sus enemigos de Roma. El triunviro llegó a estar obsesionado por los manjares caros, raros y exóticos. Gayo Plinio Segundo “el Viejo” (Comum/Como, ca. 23 d.C.-Estabia/Castellammare di Stabia, 25 de agosto de 79 d.C.), que como ya es sabido, no le tenía la más mínima simpatía, y a la que incluso llegó a calificar como de ‘insolente fulana regia’, escribió QUE:

En un banquete Cleopatra se gastó hasta dos millones y medio de denarios. Antonio creyó que el banquete escogido por él no superaba sus gustos; pero Cleopatra parece ser que se río cuando ordenó servir el postre, que en el caso del banquete de la reina era un cuenco de acetum, que como es sabido era el vino avinagrado que bebían los pobres y los soldados legionarios romanos. Entonces, Cleopatra se quitó uno de sus pendientes de perlas de su oreja derecha, el más caro y más grande, y echándolo en el vino observó como la perla se iba disolviendo, para acto seguido bebérselo.

A continuación, el juez del certamen gastronómico Lucio Munacio Planco (Tívoli, ca. 87 o 89 a.C.- Gaeta, c. 15 a.C.) la declaró vencedora, e impidió que disolviese la otra perla. Está claro que esta degradación moral no era la mejor fórmula para resistir los embates políticos y militares de un estoico como el futuro Augusto [Roma, 23 de septiembre de 63 a.C.-Emperador de Roma desde el año 27 a.C. hasta su muerte en Nola, 19 de agosto de 14 d.C. “Acta est fabula, plaudite”]. Las perlas eran las joyas de moda en la Roma del siglo I a.C.

Asimismo, en alguna ocasión el emperador Calígula [Gaius Iulius Caesar Augustus Germanicus. Anzio, 31 de agosto de 12 d.C.-Emperador desde 37 d.C. hasta Roma, 24 de enero de 41 d.C.] disolvió perlas en vino. Excentricidad y degradación a partes iguales. No obstante, no se conocen como eran esas perlas, ya que los experimentos científicos actuales para poder disolver perlas en vino han fracasado hasta ahora, aunque no se sabe que otras substancias pudiesen estar contenidas en ese vino. Sea como sea, L. Munacio Planco siempre fue el mayor adulador de la reina de Egipto entre los seguidores romanos de Marco Antonio. Su nivel de degradación sería de tal calibre, que en una ocasión se disfrazó del dios marino griego Glauco (divinidad marina menor, que interpreta las sabias palabras del dios Nereo, con la piel desnuda pintada de azul y una cola de pez postiza ad hoc, haciendo de bailarín en una de las fiestas de la soberana.

No obstante, Marco Tulio Cicerón (Arpino, 3 de enero de 106 a.C.-Formia, 7 de diciembre de 43 a.C.) escribiría lo que los romanos pensaban sobre el baile: ‘Ningún hombre en sus cabales baila nunca estando sobrio’. Pero, tanto la reina como el triunviro no eran para nada abstemios. Antonio siempre había sido un gran bebedor, y, por lo tanto, en Roma tenía fama de ser un notorio borracho, lo que se iba a incrementar tras la fracasada operación militar contra los partos, entre los años 37 a 33 a.C., en donde murieron veinte mil infantes y cuatro mil caballeros de Roma.

Marco Antonio se solía equiparar o asimilar a Hércules y a Dioniso, que eran deidades famosas por su tendencia a la bebida y a las juergas. Antonio sería, por consiguiente, hoy calificado como un alcohólico patológico. Asimismo, en Alejandría también se calificaba a la reina de Egipto como muy proclive al abuso del alcohol, ya que un anillo de Cleopatra lleva la inscripción de: ‘Embriaguez/Methe’. Por todo lo que antecede, en Roma se descalificaría a la monarca de Egipto como a una mujer acostumbrada, en compañía de Marco Antonio, a las borracheras.

El erotismo siempre estuvo presente en las relaciones entre ambos, aunque el tribuno solo recurría a conciudadanos romanos cuando era preciso dilucidar sobre asuntos políticos y de raigambre militar. Los senadores que siempre estuvieron en la proximidad política de Antonio serían L. Munacio Planco; Quinto Delio (Siglo I a.C.), quien sería un oportunista político calificado como: DESULTOR BELLORUM CIVILIUM o ‘saltacaballos de la guerra civil’, que desertaría continuamente, la última vez llevaría los planes militares de Antonio a Octaviano, aduciendo que tenía miedo de ser asesinado por Cleopatra, que no lo soportaba, ya que era quien le buscaba mujeres al triunviro; publicó una obra literaria sobre la guerra de Antonio contra los partos, y era conocido por sus comentarios burlescos e irónicos; y Publio Canidio Craso (Roma, siglo I a.C.-Alejandría, 30 a.C., ejecutado por Octaviano).

Con respecto a P. Canidio existe una norma legal de la reina muy esclarecedora y que es:

«Hemos concedido a Publio Canidio y a sus herederos la exportación anual de diez mil artabas de trigo (unas trescientas toneladas) y la importación anual de cinco mil ánforas de vino de la isla de Cos, sin que nadie les pueda imponer ningún tributo ni tasa alguna. También hemos otorgado exención fiscal para toda la tierra que posee en Egipto (…). Que se escriba a quien pueda interesar, para que, enterado, actúe en consecuencia» (‘Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Páginas 373). Es lógico pensar que la gratitud de P. Canidio hacia el trono ptolemaico siempre fue proverbial, y sobre todo está claro como este patricio romano pudo llegar a enriquecerse. La inteligencia de la reina era prístina y famosa en todo el Oriente Antiguo. Ella necesitaba, obviamente, de los romanos para poderse mantener en el trono del País de las Dos Tierras, y que nada mejor que conservar el favor de un triunviro tan poderoso como lo era, todavía, Marco Antonio. Lo paradójico del caso, aunque aceptado por ello, estribaba en que estos romanos, con Antonio a la cabeza, no pensaban vivir indefinidamente en Egipto, y sus riquezas las acumulaban para invertirlas, a continuación, en Roma.

-MARCO ANTONIO-

La indubitable vida disipada de la pareja era exagerada, en Roma, por los innumerables aduladores romanos de Octaviano. Los romanos vivían en la zozobra de esperar siempre la llegada de los procónsules. Aunque el hecho de que nunca supiesen como se iban a comportar sus prohombres era un obvio motivo de inquietud, desde Gayo Mario “el Viejo” (Arpino, 158 o 157 a.C.-Roma, 13 de enero de 86 a.C.) hasta Lucio Cornelio Sila (Roma, 138 a.C.-Puteoli, 78 a.C.), pasando por Gneo Pompeyo Magno (Piceno, 29 de septiembre de 106 a. C.-Pelusio, 28 o 29 de septiembre de 48 a.C.) y Gayo Julio César (Roma, 12 o 13 de julio de 100 a.C.-Roma, 15 de marzo de 44 a.C. Magnicidio en las IDUS DE MARZO), entre otros de mayor o menor enjundia.

En esta situación también se encontraba Octaviano y sus problemas con los campesinos de Roma, a los que expropió para poder mantener la guerra en Iliria; todo ello conllevaba diversas y repetidas crisis. Tras la derrota de Sexto Pompeyo Magno Pío (Roma, 65 a.C.-Mileto, 35 a.C.) y su muerte por orden del gobernador de Siria, L. Munacio Planco, la crisis económica provocada por esta nueva guerra civil se había resuelta, y esto era lo que deseaba, fervientemente, la plebe de Roma, además de poetas como Quinto Horacio Flaco (Venosa/Basilicata, 8 de diciembre de 65 a. C.-Roma, 27 de noviembre de 8 a.C.) y Publio Virgilio Marón (Virgilio/Andes, 15 de octubre de 70 a.C.-Brindisi, 24 de septiembre de 19 a.C.); y, por supuesto, el plutócrata y banquero Gayo Mecenas (Arezzo, 70 a.C.-Roma, 8 a.C.), que se había visto obligado a desembolsar grandes cantidades de dinero para ayudar a su amigo Octaviano, en ese conflicto bélico entre hermanos romanos.

Por lo tanto, después del año 37 a.C. el Senado del SPQR, ya muy controlado por Octaviano, no otorgaría ningún honor más a Marco Antonio, considerado como un auténtico réprobo. En el año 36 a.C., el triunviro dominante, Gayo Julio César Octaviano, sería considerado sacrosanto e inviolable, como lo eran los tribunos de la plebe. El poder de Octaviano era ya de tal calibre, que consideró lo mismo para su tercera esposa Livia Drusila o Julia Augusta (Roma, 30 de enero de 59 o 58 a.C.-Roma, 28 de septiembre de 29 d.C.), la cual consiguió que se le construyeran estatuas en el Foro de Roma, y así poderse dedicar a manejar sus finanzas, sin tener que ser tutelada por un varón, como marcaba la legislación de Roma.

Este hecho contrastaba con el comportamiento de Antonio ordenando a su esposa, Octavia “la Menor” (Nola, 64 a.C.-Roma, 11 a.C.), que le obedecía absolutamente, y era la hermana de Octaviano, admirada por los romanos por su lealtad, nobleza y humanidad, conservando las virtudes femeninas romanas tradicionales. Aquella obedeció y siguió cuidando el hogar romano del matrimonio y de sus hijos: Antonia “la Mayor” (Roma, 39 a.C.-32 d.C.) y Antonia “la Menor” (Atenas, 31 de enero de 36 a.C.-Roma, 1 de mayo de 37 d.C.).

En el año 33 a.C., la antipatía entre Octaviano y Antonio ya era visible, quizás este último fuese el responsable, cuando ofendió al primero criticándole sobre su comportamiento pusilánime y escapista en la batalla de Filipos (3 a 23 de octubre de 42 a.C.), y quizás tuviese miedo en la batalla final contra Sexto Pompeyo (Nauloco, 3 de septiembre de 36 a.C.). La primera batalla se refería a la guerra contra los asesinos de Julio César, Marco Junio Bruto (ca. 85 a.C.-Filipos/Macedonia, 23 de octubre de 42 a.C.) y Gayo Casio Longino (ca. 82 a.C.-Filipos /Macedonia, 42 a.C.). ambos cómplices del magnicidio contra Julio César en las idus de marzo del año 44 a.C., las epístolas de Antonio eran sumamente procaces, añadiendo, siempre, un estudio frontal sobre la habitual crueldad del fututo Emperador César Augusto.

Las frecuentes diferencias familiares y sociales entre Antonio y Octaviano, a favor del primero, colocaban en la lengua viperina del primero un arma burlesca de primera magnitud. Además, para enrarecer más, si cabe, las relaciones entre ambos, Antonio se dedicó entonces, a apoyar la legitimidad de la candidatura de Ptolomeo XV Filópator Filómetor Cesarión (Alejandría, 23 de junio de 47 a.C.-Reinado entre 44 a.C., hasta Alejandría, 23 de agosto de 30 a.C.) a la herencia cesariana, mientras que Octaviano había sido un adoptado póstumo por Julio César, sensu stricto. Todo esto nunca sería olvidado por el rencor vengativo de Gayo Julio César Octaviano.  

Asimismo, Marco Antonio tenía otro furibundo enemigo literario y viperino, y que no era otro que M. Tulio Cicerón, en sus FILÍPICAS (discursos contra Antonio en el Senado y en la Asamblea de los Ciudadanos, a partir del 2 de septiembre del año 44 a.C.). De su cáustica epístola DE SUA EBRIETATE contra el triunviro y su habitual dipsomanía no se conserva nada. Los enemigos de Antonio en Roma añadieron a su habitual situación de ebriedad, sus patognomónicos excesos sexuales. Ambos hechos contravenían la habitual ‘virtus’ (FUERZA, ENERGÍA e IMPULSO INICIAL) de los patricios senatoriales romanos, cuya traducción correcta sería aquella de excelencia, virilidad, coraje, valentía, carácter, mérito o energía.

Además, estaba Octavia su sufrida esposa romana, que era tan virtuosa, que con su sola presencia degradaba el trato injusto de su ausente y promiscuo esposo. Para agravar más la cuestión, Marco Antonio se equivocó cuando escribió una carta crudelísima, en la que dejaba muy claro cuál era la potencia de su virilidad frente a las potencias sexuales de Octaviano, a las que ridiculizaba, mientras que él se automagnificaba.

«¿Por qué has cambiado, porque me estoy tirando a la reina? ¿Es mi esposa? ¿Acabo de empezar con esto, o ya llevo nueve años? Y tú ¿sólo te tiras a (Livia) Drusila? Te felicito si cuando leas esta carta no vienes de estar dentro de Tertula o Terentila, Rufila o Salvia Titisenia, o de todas ellas. ¿De verdad importa dónde o en quién mojas tu mecha(‘Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Páginas 376/377. Apud, Suetonio, ‘Augusto’).

Marco Antonio no niega sus relaciones sexuales con Cleopatra VII Thea Filopátor [Alejandría, 69 a.C.-Reina entre 51 a.C. y Alejandría, 10-12 de agosto de 30 a.C. Suicidio], subrayando el tiempo que ya llevan juntos. No obstante, para la mentalidad habitual de los romanos, Octaviano gana ampliamente, ya que sus múltiples amantes son siempre y únicamente romanas.

«Por otro lado, Octavio aún era un adolescente, mientras que Antonio superaba los cincuenta, y de un hombre de su edad se esperaba más decoro. Tener muchas amantes era malo, pero para un romano era peor tener una sola, y peor aún parecer dominado por ella; que para colmo fuera extranjera y regia era inexcusable. Fue la acusación más condenatoria, que su pasión por Cleopatra le hubiera desarmado hasta el punto de obedecerla y tomar decisiones trascendentales según los deseos de ella» (‘Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página 377).  

En el Foro de Roma se tenía la certidumbre de que el triunviro estaba siendo muy manipulado por la egipcia, y era ella la que tomaba las decisiones más trascendentales sobre el devenir político de su amante; desde el aplazamiento sine die de la guerra contra los partos, hasta las Donaciones de Alejandría (año-34 a.C.), que fueron un amplio grupo de legados, por medio de ellos, Marco Antonio distribuyó numerosas tierras entre los hijos de Cleopatra, y, además, de esta forma proclamaba  la ruptura de su matrimonio con Octavia.

Todo lo que antecede, conllevaría el inicio de esta Cuarta Guerra Civil Republicana entre romanos. Los hijos que recibieron territorios serían:

1º)-Alejandro Helios (40 a.C.-29 a.C. o 25 a.C.). Nombrado Rey de Armenia, de Media y de Partia.

2ª)-Cleopatra Selene II (40 a.C.-6 d.C.). Consiguió la Cirenaica y la Libia, esta región le era arrebatada a Octaviano.

3º)-Ptolomeo XVI Filadelfo Antonio (36 a.C.-29 a.C.). Recibió Siria y Cilicia.

4ª)-Cleopatra VII, fue nombrada Reina de Reyes y Reina de Egipto.

5º)-Ptolomeo Cesarión sería Rey de Reyes y Rey de Egipto, además de ser proclamado hijo y heredero legítimo de Gayo Julio César.

Marco Antonio demostró, pues, una gran torpeza política e intelectual, ya que este desafío se realizaba contra Octaviano que, al encontrarse en Roma, podía influir y manipular, indudablemente, en mucho mejores condiciones a la opinión pública del SPQR.

En la primavera del año 33 a.C., Antonio concentró a sus legionarios en las riberas del río Éufrates, ya que consideraba que Roma debería de intervenir, de una vez por todas, contra los partos; pero, de forma inexplicable, nuevamente un militar romano de la más alta graduación posponía la guerra contra estos complicados partos. Antonio consideraba, con un relativo acierto, que los intereses que debería defender estaban en Roma, y ante su Senado.

Por lo tanto:

«Canidio recibió órdenes de conducir el ejército hasta la costa jónica de Asia Menor, a más de mil quinientos kilómetros, y prepararse para surcar el mar hasta Grecia. No había en esa región ninguna amenaza externa que exigiera semejante concentración de tropas; salvo que pensara volver por fin a Italia y llevar consigo a sus soldados para desfilar en un triunfo, o si no quizá al menos para retirarse y recibir tierras, es un paso que sólo puede interpretarse como una amenaza a Octavio. Antonio se quejó de que Octavio no recompensaba a sus veteranos como merecían, y puede que tuviera en mente futuras distribuciones de tierras. Su colega le envió la irónica contestación de que seguramente Antonio mismo podría darles tierras de sus ‘conquistas’ en el Oriente» (‘Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página 378).  

Entonces, Antonio incrementó el tono de su enfrentamiento verbal con Octaviano, cuando condujo a sus legionarios hacia Occidente. Lo que ambos deseaban era que uno de los dos cometiese un error para tener la justificación de la culpabilidad en una futura nueva guerra civil, que el SPQR execraba. El 31 de diciembre del año 33 a.C., el triunvirato entre Marco Antonio, Octaviano y Emilio Lépido se dio por finiquitado, aunque Antonio para seguir provocando a Octaviano, siguió empleando el título de triunviro; no obstante, el joven sobrino-nieto de Julio César dio a entender que pasaba a ser ciudadano privado y abandonaba la política.

No obstante, la falta de confianza entre ambos era de tal calibre, que los dos retuvieron en su poder sus legiones y sus provincias de influencia. Como era de rigor, según la ley de Roma, en el año 32 a.C., los nuevos cónsules serían: Gneo Domicio Ahenobarbo (Roma, 80 a.C.-Roma, 31 o 30 a.C.) y Quinto Gayo Sosio (Roma, 79 a.C.-Siglo I a.C.), los cuales, paradójicamente, pertenecían al partido de Marco Antonio. Cada mes se repartían el imperium.

Pero, a pesar de su adscripción política, Domicio Ahenobarbo no se atrevió a presentar el documento de cesión de Antonio a los hijos de Cleopatra, porque le pareció excesivamente agresivo para el SPQR. En febrero de dicho año, el segundo magistrado atacó a Octaviano con toda la capacidad dialéctica de que era capaz. Aunque, las medidas consulares fueron vetadas por uno de los tribunos de la plebe, ahora ya aliados con el poder oligárquico, y defensores de la auctoritas de Gayo Julio César Octaviano; aunque este ya se había retirado de la vida pública, no obstante, utilizó su facultad para poder hacerlo, y convocó otra reunión en el Senado.

No obstante, como no estaba seguro de poder preservar su vida llegó a la cámara, acompañado de una escolta de legionarios, y de sus fideles armados con dagas. De forma y manera provocadora y desafiante, se sentó entre los dos cónsules, y comenzó una defensa sin resquicios para la debilidad frente a sus enemigos. Los dos magistrados consulares se asustaron, y temiendo por su vida huyeron hasta Atenas donde ya se encontraba Antonio. Desde la capital del Ática siguieron atacando sañudamente, y en función de lo que les permitió su dialéctica, a Octaviano.

«Aparte de denigrar su persona, volvió a las denuncias de siempre, como culpar a Octavio de haber depuesto a Lépido para someter todas sus tropas y territorios a su propio control; otro de los reproches fue no haber entregado los soldados prometidos. Octavio dijo en respuesta que Antonio no había compartido el botín de sus victorias, pero el ataque más certero seguía siendo de índole personal: el comandante romano se había dejado corromper por Cleopatra, y se llegó a oír que ella usaba pociones mágicas para esclavizarlo» (‘Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página 379).  

                    –GAYO JULIO CÉSAR OCTAVIANO, Como Agusto Primaporta-

Una de las primeras deserciones padecidas en el bando de Antonio sería la de uno de sus partidarios y antiguo cónsul, ya citado, L. Munacio Planco, quien aprovechó el hecho para denigrar ampliamente a su antiguo líder en el Senado, acusándole de un número importante de delitos y de abuso de poder. Este comportamiento no agradó a todos los senadores, que aborrecían esta falta de ética. Hasta tal punto es así que otro senador, enemigo de Planco le espetó:

«¡Antonio debe de haber hecho un montón de cosas para que tú lo abandones(‘Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página 380. Apud Veleyo Patérculo).

No obstante, Munacio Planco contraatacó refiriendo la certidumbre sobre la existencia del testamento de Antonio, depositado en el templo de Vesta (era la diosa romana del hogar. Protectora del fuego doméstico y de la prosperidad del hogar), y lo escandalosas que eran sus cláusulas. Entonces, Octaviano se vio en la obligación de exigir a las vestales (custodias del fuego sagrado de Roma) la entrega de dicho documento. La Suma Vestal se opuso por ser ilegal e inmoral, pero él entró en el templo por la tremenda, y leyó todo aquello que le interesó para su divulgación y así poder denigrar a su enemigo.

Lo más grave y escandaloso para la mentalidad de Gayo Julio César Octaviano era que ratificaba a Ptolomeo Cesarión como hijo y heredero de Gayo Julio César, lo que era ilegal, ya que el posible heredero no era ciudadano romano, y para agravar más la cuestión, ordenaba qué en todas las circunstancias, al morir debería ser enterrado en Alejandría junto a Cleopatra.

Sea como sea, todo lo que antecede demostraba la prepotencia intelectual de Antonio y, sobre todo, el odio que sentía contra Octaviano, provocado, desde el principio, por el fiasco que le supuso conocer que no era el heredero único de Julio César, sino el tercero en la lista tras el ignoto jovenzuelo que era su sobrino-nieto, y que luego todavía iba antes que él, Décimo Junio Bruto Albino (Roma, 27 de abril de 81 a.C.-43 a.C., tras las Idus de Marzo).

Octaviano soliviantó a la plebe de Roma, indicando en el Foro que la susodicha pareja pretendía gobernar la República romana como si fuese un imperio personal y, además, para agravar más la cuestión, indicó que tenían la idea de trasladar la capital global de su imperio a Alejandría. Para incrementar más, si cabe, la calumnia contra Antonio, Octaviano divulgó el bulo de que uno de los juramentos de la reina de Egipto consistía en decir que:

«Tan seguro que dispensaré justicia en el Capitolio» (‘Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página 381).

Lo importante, por lo tanto, no era ir militarmente contra Antonio, que al fin y al cabo era un romano, sino utilizarlo para que fuese el dardo lanzado contra la soberbia y la prepotencia de la Reina egipcia. Los romanos eran ciertamente machistas, ya que tenían muchos prejuicios contra una posible autoridad e imperio de las mujeres. Todo ello agravado por el rechazo visceral que profesaban contra el sistema monárquico fuese donde fuese, además de contra los griegos y cualquier otro pueblo que proviniese de Oriente.

Octaviano tenía que dejar bien claro que él era un romano orgulloso de serlo, por lo que incrementó su halago a los ciudadanos de la urbe capitolina, con la construcción de un grandioso mausoleo en el Campo de Marte. Inclusive, para subrayar lo pusilánime del carácter de Marco Antonio, divulgó imágenes literarias y pictóricas,  con el triunviro lavándole los pies a la soberana del País de las Dos Tierras, o siguiendo a pie la litera de Cleopatra VII. Todo ello era falso, pero los romanos eran muy receptivos a este tipo de descalificadoras calumnias.

En síntesis, y partiendo de la base de que los romanos no deseaban, en ninguna circunstancia otra guerra civil, era mejor indicar que la reina egipcia pretendía doblegar la libertad de aquellos ciudadanos de Roma, conseguida con tan gran dificultad. En suma, la guerra no sería contra un romano, uno de ellos, como lo era Marco Antonio, sino contra aquella soberana extranjera reivindicadora de su identidad frente a Roma, reina de aquel extraño y antiguo pueblo que adoraba dioses con cabeza de animal, que como poco sorprendían.

Para, conformar un grupo cerrado alrededor de Octaviano, todos los pueblos de Italia le juraron lealtad. Únicamente algunas colonias compuestas por legionarios veteranos de Antonio, se negaron a realizar ese juramento, lo que dejaba claro que nunca combatirían, si llegara el caso, en su bando. Asimismo, también algunos senadores escaparon de Roma para unirse a Antonio, mientras Gayo Julio César Octaviano manifestó que contaba con setecientos fieles.

Se suele citar el caso del neutral Gayo Asinio Polión (Chieti, 76/75 a.C.-4 a.C. Tribuno de la plebe. Pretor. Cónsul en el año 40 a.C.), historiador y poeta de la Roma de la Antigüedad, quien manifestó, sin ambages, el denominado Juramento de Asinio Polión, que:

«… Me apartaría de vuestra disputa y pasaría a formar parte del botín del vencedor…» (‘Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página 382. Apud Veleyo Patérculo).

En el Senado existía mucha inquietud, ya que los partidarios de Antonio eran muy pocos, y sobre todo tenían mucho miedo a ser tratados de la misma manera a como lo fueron todos aquellos que participaron en el asesinato de Julio César, en las Idus de Marzo del año 44 a.C., y conocían como era de rencoroso el sobrino-nieto del Dictador Perpetuo, por lo que no tendrían la más mínima posibilidad de ser perdonados.

Uno de ellos llamado Casio de Parma (Roma, 74 a.C.-Atenas, 30 a.C.), poeta elegiaco y satírico, además de tribuno militar en el ejército de los asesinos o tiranicidas de Julio César, M. Junio Bruto y G. Casio Longino, se dedicó a publicar una serie de panfletos contra Octavio, entre ellos uno en el que acusaba y calificaba al triunviro de querer casar a su hija Julia con el rey de los Getas (Suetonio/Augusto, 63, 2), que era una tribu de los tracios en la ribera del río Danubio, quienes según el historiador griego Heródoto de Halicarnaso (Halicarnaso, 484 a.C.-Turios, 425 a.C.): «…eran los tracios más valerosos y más justos de las tribus tracias…».

El mismo historiador griego en su libro IV de Historia escribe que:

«… los getas se creen inmortales… a la hora de morir van a reunirse con Zalmoxis (algunos lo denominan Gebeleicis). Cada cuatro años envían a un mensajero elegido por sorteo, a entrevistarse con Zalmoxis… los encargados de enviarlo sostienen tres venablos, mientras que otros lo cogen de las manos y de los pies, y tras balancearlo en el aire, lo echan sobre los venablos. Si como es lógico, muere al ser atravesado, consideran que la divinidad les es propicia. Pero si no muere lo insultan y tildan de ser un malvado… Cada vez que truena o relampaguea disparan flechas al aire, airados con el cielo, al tiempo que amenazan al dios».

Por todo lo que antecede, se estima, de forma fehaciente, que Antonio en el año 32 a.C. ya había perdido la batalla política, de la propaganda y de la opinión pública en la propia urbe capitolina de Roma. Por consiguiente, Marco Antonio decidió que el único camino posible para recuperar su prestigio ante sus ciudadanos de la capital del Tíber, y su potestas era la guerra sensu stricto, a pesar de los pesares y de lo costosa que se preveía.

-REINA CLEOPATRA VII “FILOPÁTOR” DE EGIPTO-

En el invierno que abarca desde el año 33 a.C., hasta el mes de marzo del año 32 a.C., tanto Antonio como Octavio se dedicaron a reunir sus tropas en Éfeso/Ephesus, ciudad de la Jonia helénica en Asia Menor, y sería la primera vez en muchos años que la soberana egipcia pasaría el invierno fuera de la capital de Egipto, Alejandría.

En el ínterin se dedicaron a la realización de un festival de teatro, música y danza, dedicado al dios griego Dionisio o romano Baco, que era la divinidad del vino, los placeres de todo tipo, del teatro y de la danza denominada como dionisiaca. El gasto económico realizado en los múltiples y orgiásticos banquetes sería inconmensurable.

Los premios en los diversos certámenes consistieron en cesiones de fincas en la ciudad jónica de Priene, en la región del antiguo reino de Caria (capital Halicarnassos), en dicha ciudad nacería Bías de Priene, filósofo del siglo VI a.C., y considerado uno de los siete sabios de Grecia (ca. 620-550 a.C. Cleóbulo de Lindos; Solón de Atenas; Quilón de Esparta; Tales de Mileto; Pítaco de Mitilene; y Periandro de Corinto. Además, se pueden añadir: Epiménides de Cnosos; Anacarsis el escita; Ferécides de Siros; y Misón de Quene).

Todos los aliados del Oriente del Mare Nostrum fueron obligados, con amenazas de que serían atacados, a aportar ingentes cantidades de dinero y suministros de guerra varios. Verbigracia, en la isla de Cos (una de las islas griegas del Dodecaneso, en el mar Egeo) se dedicaron a talar los árboles sagrados de Esculapio (dios romano de la medicina y de la curación), para con ellos poder realizar los necesarios barcos de guerra para la confrontación que se avecinaba.

La marina de Antonio estaría comandada por Décimo Turulio, quien ya había formado parte del complot para perpetrar el asesinato de Julio César. Asimismo, era preciso el reclutamiento de remeros y de marineros, además de soldados para las fuerzas de tierra de Marco Antonio. Los legionarios eran provinciales no de Italia, su ciudadanía se realizó a toda prisa, y gran parte de ellos serían reclutados forzosos.

Plutarco escribe que la reina de Egipto habría aportada la ingente cantidad de unos 20.000 talentos de plata, equivalentes a 200 millones de euros. Para poder obtener toda esta ingente cantidad de dinero fue preciso ahogar casi en impuestos a todo el Oriente dependiente de Roma. La flota se fue incrementando en doscientos barcos de guerra más, unidos a los quinientos ya existentes, y trescientos mercantes.

Las levas para la marina fueron, por consiguiente, forzosas. Antonio correspondería a esta entrega robando estatuas y obras de arte de los templos, para regalarle a ella, como agradecimiento, el fruto de sus rapiñas. En el inicio del verano de este año 32 a.C., la pareja ya estaba en Atenas, y los aticenses atenienses se rindieron servilmente y afanosamente para rendir honores y pleitesía a ambos.

Por lo tanto, los orfebres de Atenas crearon una estatua de Cleopatra ataviada con los ropajes de la diosa Isis (diosa egipcia, esposa de Osiris, dios de los muertos, y madre de Horus. Era una maga poderosa). La reina agradeció el obsequio, organizando y pagando de su bolsillo todo un conjunto de recitales de música y de obras de teatros, de igual tronío que lo realizado en Samos. Antonio, asimismo, había sido nominado como un ciudadano honorario, por lo que se dirigió a la casa de la reina, donde realizó un discurso en el que enumeró todos los privilegios especiales concedidos por la polis de Atenas a la reina Cleopatra VII de Egipto.

En la propia capital del Ática, Marco Antonio decide llevar a efecto su divorcio de Octavia, ya que consideraba que su posible reconciliación con su cuñado era ya totalmente imposible. La ironía burlesca fue pintada en una de las estatuas romanas de Antonio:

«Octavia y Atenea a Antonio: “¡Coge tus cosas y vete!”» (Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página 385).

Todo este sarcasmo estaba muy claro, ya, para los romanos, porque utilizaba la fórmula legal habitual de los romanos para obtener el divorcio marital: ‘RES TUAS TIBI HABE’, cuya fórmula era muy simple y esclarecedora, referida a que cogiera sus cosas y se fuese o abandonase, ya y definitivamente la convivencia con Roma.

En este grave momento histórico, obviando deliberadamente todas las normas del Derecho romano, Antonio y Cleopatra se van a matrimoniar, lo que es una flagrante ilegalidad, ya que para que ese matrimonio fuese válido en Roma, la reina de Egipto debería solicitar y obtener la ciudadanía romana, lo que nunca ocurrió, ni ella deseó.

El historiador Plutarco acredita y certifica ese matrimonio; y Virgilio la defina ya: «… como la esposa egipcia de Antonio…», algo totalmente peyorativo, pero de lo que no existe certidumbre documental. Por lo tanto, todo parece inventado, ya que es incomprensible que Octavio no hubiese utilizado este provocador enlace matrimonial para lanzarlo contra su cuñado.

Lo esencial es que, en los inicios de su relación, la reina egipcia permanecería al lado de su enamorado romano, en todas las ocasiones, inclusive si se produjese una guerra contra Roma. Antonio tenía a algunos soberanos orientales, los cuales por ser sus clientes estaban obligados a aportar ayuda dineraria y barcos, aunque nunca en la ingente cuantía del esfuerzo realizado por la enamorada soberana del País de las Dos Tierras.

El Rey del Ponto Euxino, Polemón I (65 a.C.-Rey entre 60 y 8 a.C.), fiel aliado del triunviro, fue el encargado de vigilar la frontera de los aguerridos partos.

«Los demás soberanos que servían a Antonio eran todos varones y la mayoría mandaban sus tropas en persona. Cleopatra, siendo su amante, pasaba mucho más tiempo con él y más cerca, tanto en el desempeño de sus funciones oficiales como cuando descansaba y daba fiestas. Ella recibió honores públicos mucho mayores que los otorgados a ninguno de los otros reyes, y sin duda podía ejercer más influencia. Domicio Ahenobarbo era el único romano del séquito de Antonio que se negaba a llamarla ‘Reina’, y menos aún ‘Reina de reyes’, dirigiéndose a ella por su nombre; no era el único contrariado con su ostensible presencia pública, presencia que alimentó tanto la campaña propagandista de Octavio, centrada en el control que ella ejercía sobre Antonio: en el 32 a.C., cuando a éste aún le quedaban senadores simpatizantes en Italia, fue generoso repartiendo dinero para reforzar su lealtad y ganarse adeptos, pero su estrecho vínculo con la reina fue políticamente desastroso. Plutarco cuenta que un senador, un tal Gémino -quizá Cayo Gémino- viajó desde Italia para ver a Antonio, probablemente durante los meses que el triunviro pasó en Atenas. Al parecer, recelosa del senador al sospechar que quería reconciliar a Antonio con Octavia, Cleopatra lo sentaba lejos de él en los banquetes; a instancias de ella, además, sus amigos le hicieron blanco de los chistes y bromas propios de la corte. El romano aguantó sin perder la paciencia; y por fin, cuando en un banquete se le pidió que expusiera lo que había ido a decir, Gémino, sin dejar de señalar que sería mejor esperar a que todos estuvieran bien sobrios, adelantó su principal mensaje: Antonio debería alejar a la reina. El triunviro montó en cólera, y Cleopatra, se dice que encantada, comentó el acierto de Gémino al admitir la verdad sin obligarles a recurrir a la tortura -una práctica a la que no podía someterse a ningún senador-. Gémino se marchó y la reina siguió junto a su amante. Verdadera o no, esta historia refleja la creciente inquietud de muchos de los hombres de Antonio: los monarcas sólo resultaban aceptables si se mostraban claramente supeditados» (Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Páginas 386 y 387).

Publio Canidio Craso se colocó, pues, al lado de la reina, indicando, entonces, que Cleopatra era la soberana más experimentada de todo el Mediterráneo Oriental. Cleopatra fue muy generosa, al aprobar exenciones fiscales para todos aquellos romanos que apoyasen a Antonio. El citado legado de Antonio, quizás creyera conveniente la presencia de la monarca egipcia en las naves del triunviro, por la necesaria influencia que ella ejercía sobre Marco Antonio. Lo que resulta paradójico, ya que la mayor parte de la marinería había sido reclutada a la fuerza.

A favor del matrimonio estaba el que muchos ciudadanos provinciales se situaban en contra del voraz y criminal imperialismo romano, que solía ser brutal con ellos. Los procónsules solían explotar de forma inmisericorde a sus provincias, a las que rapiñaban sin conciencia.

Antonio era más suave, por su propio interés, ya que necesitaba a estos ciudadanos helenísticos para así poder plantar cara a Octaviano, quien ya había planteado la necesaria propaganda de la guerra como un enfrentamiento entre el civilizado Occidente y el bárbaro Oriente, según los habituales parámetros excluyentes de Roma.

Para todo ello, Antonio necesitaba a Cleopatra a su lado, no solo por cuestiones militares navales, sino porque deseaba estar de continuo a su lado. Marco Antonio era un hedonista, y junto a la reina lo tenía todo, inclusive el afecto que le era lo más necesario. El Egipto de Cleopatra se había visto incrementado, en su predicamento político, por la generosidad y la personalidad pública arrolladora de aquel triunviro de Roma.

Además, Cleopatra necesitaba creer que ella era más que necesaria para conseguir llevar a buen puerto aquel proyecto político-militar de tan gran envergadura, y además esperaba y necesitaba defender sus intereses, que le había costado tan difícil conseguir. Antonio y Cleopatra eran apasionados en el amor y en el sexo, y ambiciosos en la política, y ese contubernio otorgó a Octavio las bazas necesarias para que la opinión pública de Roma, es decir del SPQR, tomará partido en contra de la reina egipcia, quien junto al considerado ya traidor romano, ya eran un peligro indubitable para la esencia de Roma.

«A finales del verano ya estaba preparado: rescatando un arcaico ritual -o probablemente inventándolo-, ofició a la manera de un sacerdote del colegio de fetiales un sacrificio en el templo de Belona, el rey de la guerra. Tomando una jabalina manchada de la sangre del animal sacrificado, la lanzó a una porción de tierra que representaba simbólicamente Egipto: la República de Roma declaraba la guerra a Cleopatra. Nada se dijo de Antonio, aunque en realidad todos sabían que la verdadera lucha era contra él: estaba en disputa la supremacía de uno de los dos antiguos aliados» (Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Páginas 388 y 389).

                               -FULVIA. ESPOSA DE MARCO ANTONIO-

En este momento histórico ni Octaviano ni Antonio estaban ya preparados para una nueva guerra civil; a pesar de los tributos ingentes y extraordinarios que exigió Octavio a los romanos, y que generaron protestas varias. Antonio no intentó, o no supo, aprovecharse de ello, verbigracia invadiendo la península italiana. Ambos triunviros prometieron la intemerata en pecunio para sus soldados.

«Antonio acuñó una serie de moneda con una galera de guerra en la cara y el águila y dos estandartes signa con el nombre de una de las unidades de su ejército en la cruz. La combinación de barco de guerra y estandartes del ejército resaltaba que la guerra se libraría tanto en tierra como en la mar. Antonio había añadido otras tres legiones a las dieciséis que llevó Canidio, pero, como indican incluso nuestras fuentes, no eran formaciones que contaran con todos sus efectivos; disponía además de soldados de infantería aliados, algunos armados con arcos, hondas y otros tipos de proyectiles, así como una nutrida fuerza de caballería: según Plutarco, cien mil infantes y doce mil jinetes en total. Octavio tenía una fuerza de caballería similar y unos ochenta mil infantes. Algunas de sus legiones seguían acantonadas en las provincias; también Antonio había dejado atrás una porción menor de sus tropas, incluido el contingente de cuatro legiones que quedó allí para defender la Cirenaica. Plutarco atribuye a Octavio sólo doscientos cincuenta barcos de guerra, pero otras fuentes sugieren que la cifra era mayor y que podía acercarse a los cuatrocientos» (Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Páginas 391 y 392).

Las cifras legionarias en ambos ejércitos se estima que están redondeadas al alza, aunque sea como sea ambos contingentes eran enormes para la época. Pero, estos soldados, de ambos bandos estaban muy por debajo de su capacidad de una correcta estrategia bélica. Tanto Antonio como Octavio apostaron, pues, más por el volumen de soldados, que por una estrategia cualitativa más correcta.

Los sistemas logísticos presentaban muchos problemas, pues los contingentes rozaban el límite viable para la época que me ocupa. Las naves a remo llevaban dotaciones excepcionalmente grandes en relación a su tamaño, verbigracia una Quinquerreme portaba 280 remeros y 20 soldados de tripulación en la cubierta. Con todo ello, el abastecimiento alimenticio solía ser muy precario, y no existía la más mínima posibilidad de poder portar caballos o animales de carga o de tiro.

Por consiguiente, solo se podían llevar unos 100 soldados en las naves grandes y únicamente en el día de la batalla. Antonio había conseguido preparar y equipar unos 300 barcos de transporte, y de esta forma su aprovisionamiento de grano y de otros alimentos, para sus soldados y sus marineros, sería mucho más fácil y plausible.

No obstante, para poder invadir Italia, la cuestión ya sería mucho más complicada, y la logística muy dificultosa. En el final del verano del año 32 a.C., Antonio y Cleopatra se instalaron en la ciudad de Patras, situada en el golfo de Corinto, aunque sus fuerzas militares no habían llegado todavía a la costa occidental de Grecia. Marco Antonio no planificó correctamente como poder llegar hasta Italia, donde los puertos naturales orientales eran mínimos, mientras que los más importantes como Tarento/Tarentum, que era la capital de la Magna Grecia, y Brindisi/Brundisium, eran casi imposibles de conquistar.

Entre Antonio y Octaviano, la prisa la tenía el segundo para así poder acabar con el problema bélico que se anunciaba. Sea como sea, Antonio decidió, dejar que fuese Octavio quien atacase primero, y así él le esperaría tranquilamente en Grecia, donde los convoyes enemigos podrían ser hostigados con relativa comodidad, cuando se atreviesen a cruzar el mar Adriático.

El resumen final era que, si Marco Antonio se atrevía a presentarse para invadir Italia con la ayuda de Cleopatra, el número de los partidarios que pudiese hallar en la Península itálica, ya tan vinculada a Roma, sería nulo. Existían antecedentes de este comportamiento, y casi todos fallidos para los que utilizaban el mismo procedimiento de intentar la invasión de Italia.

En primer lugar, G. Pompeyo Magno en el año 48 a.C.; luego, M. Junio Bruto y G. Casio Longino en el año 42 a.C.; y L. Cornelio Sila que había derrotado a G. Mario “el Viejo”, llegando desde Grecia, pero siendo este territorio la base para invadir Italia. Pero, nunca siendo el eje de la cuestión bélica, el modo defensivo, ya que, en todas las guerras civiles, el enemigo había vencido siempre, ya que la pasividad, típica de Antonio, nunca se había demostrado como una buena acción bélica.

La mayor cantidad de barcos de Antonio y de Cleopatra se concentraron, pues, en Accio/Actium, donde existía un puerto natural proporcionado por el golfo de Ambracia/Arta, sería en ese lugar del mar Jónico donde Antonio almacenó grandes cantidades de provisiones, y creó altas torres defensivas para la actuación de su artillería. El error de Antonio fue estimar que provocaría el avance equivocado de Octavio si colocaba sus fuerzas desperdigándolas por todo el anfractuoso litoral, pero el hecho, a priori, se demostró peligroso.

La real pareja esperó, entonces, para poder observar que haría el joven Octaviano cuando llegase la primavera. Entonces, Antonio desafío a su enemigo a un único combate, mientras que Octaviano solicitó a Antonio que le dejase desembarcar, en la certidumbre de que en el plazo de cinco días no entablaría ninguna batalla contra él. Ambos deseaban demostrar seguridad y fortaleza, para así poder intimidar al otro.

El 1 de enero del año 31 a.C., Octaviano se nombró a sí mismo como Primer Cónsul con Marco Valerio Mesala Corvino (ca. 64 a.C., Roma-ca. 8 d. C., Roma) como Segundo Cónsul, quien sería un mecenas del arte y de la literatura de Roma, crearía el denominado Círculo de Mesala. Antonio había perdido su consulado por medio del despojamiento, a pesar de haber sido reafirmado el triunvirato.

Antonio fue convencido para que renunciase a su poder tras el transcurso de seis meses después de ganar la guerra, planteamiento hipotético que nunca ocurrió. Octaviano tenía dos ventajas a su favor: 1º) Poseía el Imperium y la Auctoritas legales; y, 2º) Tenía un aliado fuera de serie, que además de ser su amigo sin reservas, era el mejor almirante de Roma y se llamaba Marco Vipsanio Agripa (ca, 63 a.C.-12 a.C.). Tras la finalización del invierno, sería este quien comenzaría el ataque; el lugar escogido sería Metone, que era una ciudad de la región de Pieria, en el Reino de Macedonia, en el golfo Termaico; y que era el lugar más al sur de donde se encontraban las fuerzas de Marco Antonio, y estando un poco aislado del resto de su ejército.

Agripa se arriesgó llevando a sus naves a una más larga distancia, y si hubiese podido ser repelido o las condiciones atmosféricas hubiesen empeorado, el almirante romano se hubiese visto compelido a graves aprietos. Pero, por suerte para él, las tropas de Antonio fueron cogidas desprevenidas, y pudo conquistar con facilidad este puerto. Los barcos enemigos serían desbaratados con facilidad o capturados, y uno de los muertos sería el rey Bogud de Mauritania [Rey amazig/bereber entre los años 49 y 38 a.C.].

De esta forma tan inesperada, Agripa y Octavio estaban ya en la costa griega. Marco Agripa había cogido a Marco Antonio a traición, ya que le estaba atacando por el sur, y no por el norte como lo esperaba el triunviro. Aprovechándose del caos creado entre las tropas de Antonio, Octaviano cruzó el mar Adriático septentrional y desembarcó sus tropas legionarias en Panormos, muy cerca del norte de la isla de Corfú, que sería abandonada por las espantadas tropas de Antonio, quien trato de arengar a sus legionarios.

«…Antonio tardó en reaccionar, intentando junto con Cleopatra aparentar calma; tal vez fuera auténtica y ambos aún creyeran su victoria inevitable por el tamaño de sus fuerzas y la confianza en el talento de Antonio. Según Dión, éste alardeó de buen general en un discurso que dirigió a sus hombres: Sois soldados de los que podrían vencer hasta sin un buen líder y (…) yo soy un líder de los que podrían vencer hasta con un mal ejército”. Al llegar la noticia de que Octavio había ocupado la ciudad del Epiro llamada Torone (que significa cazo’), Cleopatra bromeó diciendo que no había de qué preocuparsesi Octavio se ha sentado en el cazo”: el nombre de la ciudad también significa peneen el lenguaje de la calle. Antonio empezó a reaccionar frente a la invasión, pero llevaría tiempo concentrar unos efectivos tan dispersos» (Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página 396. Dión Casio; Plutarco).

No obstante, está claro que el blanco militar de Octaviano y de Agripa era la ciudad de Accio. Antonio al tener conocimiento de que su enemigo había ocupado el monte Mikalitzi, llegó a marchas forzadas desde Patras, aunque al estar solo acompañado por su vanguardia no aceptó la oferta de comenzar la batalla que ya le ofrecía Octavio.

Pero, al recibir más tropas ya estuvo en condiciones de montar un segundo campamento en la parte norte de la bahía, cerca de las tropas de su encarnizado enemigo, tras colocar a sus soldados en orden de combate, observó con estupor qué al haber perdido su ventaja numérica, Octavio rehusaba, ahora, entrar en combate.

En función de la situación privilegiada y bien defendida de Octaviano, Antonio no se atrevió a realizar un ataque directo; además, para agravar más si cabe la cuestión, el campamento de Antonio se había construido en unas tierras que se llenaban de agua con cierta facilidad, y que era un lugar abonado para los mosquitos. Por lo tanto, todo atormentaba, de continuo, a estas tropas, y el final de esta caótica situación, conllevaría que estos soldados padeciesen malaria con fiebre alta, y gastroenteritis agudas con importantes diarreas, donde se pierden de forma aguda agua y sales minerales. En esta época, estas patologías abocaban, sin remedio, a la muerte del enfermo por deshidratación mineral.

Se intentó resolver, de la peor manera posible, esta situación, trayendo a nuevos reclutas para cavar letrinas; entonces, las patologías se incrementaron y las deserciones de los soldados también. A continuación, Antonio intentó fortificar el acceso al río Louros, la única fuente existente de agua potable, pero en todas las escaramuzas que se producían con la caballería octaviana, que trataba de impedírselo, esta llevaba siempre las de ganar.

En la isla de Leúcade, Marco Agripa consiguió destruir a la escuadra antoniana allí situada; por lo que, una vez ocupada esa isla, la posibilidad de que Antonio pudiese recibir refuerzos disminuyó en gran cuantía, y ello se produjo porque existía mucha dificultad para obtenerlos. Esa isla sería ocupada por la marina de Octaviano, para utilizarla como fondeadero.

Agripa tomo, entonces, Patras y luego Corinto, con lo que arrebató el dominio de las aguas de la costa occidental helénica a Antonio. Ya era, pues, imposible recibir el trigo desde Egipto. Por lo tanto, se tuvo que exigir por el medio imperativo de la requisa, trigo y otros cereales a las ciudades de Grecia de la proximidad, pero como los animales para proveerles de esas mercancías eran escasos, debieron ser los ciudadanos helénicos quienes las cargaron, bajo los azotes por medio de palos, de los inmisericordes soldados de Marco Antonio.

Como la guerra iba de mal en peor, Marco Antonio pensó en trasladar la lucha en dirección hacia Mesopotamia y Tracia; incluso hasta se trasladó allí a Quinto Delio (Roma, siglo I a.C.), quien sería cualificado, por ser varias veces desertor como DESULTOR BELLORUM CIVILIUM, para tratar de conseguir reclutar tropas auxiliares de entre aquellos valerosos soldados tracios. Nuevos impulsos positivos llegaron al campo militar de Antonio, cuando su primer almirante Quinto Gayo Sosio derrotó, ampliamente, a un grupo aislado de naves enemigas, pero cuando regresaba a puerto, Marco Agripa lo vapuleó, y para agravar más la cuestión la propia caballería de Antonio fue derrotada, sin paliativos, por medio de una emboscada octaviana, y casi pierde su propia libertad.

Las tropas antonianas comenzaban a perder la confianza en su jefe, a causa de los continuos errores que cometía. Por consiguiente, la primera deserción y muy importante, sería la Domicio Ahenobarbo, quien huyó en una pequeña barca de remos, para unirse a Octavio, aunque al poco tiempo una probable patología de tipo vascular le condujo a la muerte. Entonces, Antonio le envió su equipaje.

La segunda deserción sería la del citado Quinto Delio, que manifestó que la reina Cleopatra deseaba envenenarlo, porque se había atrevido a comparar, la reina, de forma muy acre y negativa, a la par que burlesca, al vino egipcio con el de ‘las mejores cosechas de Falernia’.

Entonces, los senadores romanos y los soberanos clientes de Antonio comenzaron a cambiar de bando. Los primeros serían los reyes de Paflagonia (Deiotaro Filadelfo) y de Galacia (Amintas), este último aportando al ejército de Octavio unos dos mil caballeros. Antonio tomó medidas desesperadas ejecutando, por medio de la espada, a alguno de sus soldados más pusilánimes.

Por todo lo antecede, su flota menguaba paulatinamente, con muchos de sus escasos remeros reclutados a la fuerza y manu militari, aunque sus legiones todavía eran formidables. Publio Canidio Craso manifestó que era mejor abandonar el mar y luchar solo en tierra, pero el triunviro se negó taxativamente, ya que en dichos barcos iban todos los tesoros de Cleopatra, y ella seguía siendo muy importante para él, como persona y como reina.

A sus seguidores romanos, la duda analítica estribaba en cual sería la cuantía de la derrota de Antonio, quien ordenó quemar todas las naves que estuviesen ya sin tripulación; por lo tanto, la reina solo conservó en la reserva 60 barcos para llevar su dinero y su guardia personal. El resto de la flota fue conformada en tres escuadras: Sosio mandaba la izquierda; Antonio el centro acompañado por Marco Insteyo y Marco Octavio, este último un más que descontento pariente de Octaviano, y que también habría estado en el bando de Pompeyo Magno, en la penúltima guerra civil contra Julio César. El ala derecha era para Lucio Gelio Publícola (¿?-31 a.C.).

«Más incierto es que las tripulaciones supieran que ahora el objetivo era huir y no luchar, lo que sin duda no revelaron a los soldados de las legiones que quedaban en la orilla; algunos de ellos subieron a bordo de las naves como infantes de marina, pero el resto de camaradas iban a quedar abandonados. Para entonces Octavio tenía unas cuatrocientas naves, entre ellas algunas que había capturado en los meses anteriores. Antonio contaba con varias galeras muy grandes –‘dieces’ y ‘ochos’, aunque casi toda su flota eran ‘cincos’ y ‘seises’-, lo que le daba una leve ventaja, que apenas contrarrestaba la superioridad numérica del enemigo. Todavía más importante era que muchas de las tripulaciones de Agripa tenían años de experiencia; tan vital era que los remeros hicieran bien su labor como que los capitanes supieran mandar sus naves. Se desplegaron en un arco abierto frente al enemigo, con Agripa a la izquierda, Lucio Arruntio al mando del centro y Marco Lurio a la derecha. Octavio también iba a la derecha, dispuesto a compartir el peligro con sus hombres; pero sabiamente dejo a Agripa la dirección de la batalla» (Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Páginas-400/401).

El 2 de septiembre del año 31 a.C., Marco Antonio decidió desplegar sus barcos en orden de combate y se dirigió desde el golfo de Ambracia, para plantear la guerra ya de forma definitiva. La agilidad mental de Marco Agripa tenía bien claro que sus más numerosas naves tenían que abarcar, tener y poseer un muy amplio espacio de maniobra, y así poder envolver a la armada enemiga. Ambos contendientes sabían que la confrontación conllevaba el ser y el no ser de los dos acres enemigos.

Antonio necesitaba rebasar la isla de Léucade y así estaría en disposición de poder maniobrar con eficacia, ya que precisaba viento de popa para poder pasar por delante de las naves de Octaviano. Hacia el mediodía Antonio dio la orden de zafarrancho de combate. Agripa necesitaba más espacio físico para poder amenazar los flancos de Antonio. El embestirse no era eficaz, por lo que ambos prefirieron realizar fuego de artillería desde sus torres elevadas de ambas cubiertas, lo que equiparaba la eficacia bélica entre barcos de diferentes tamaños.

L. Gelio Publícola, entonces, colocó a sus naves en posición oblicua, para así intentar ahuyentar a los barcos de Agripa; el espacio libre que se formó, pues, en el centro fue lo que aprovechó Cleopatra VII para escapar de la posible embestida y del abordaje de los enemigos, la huida fue inmediata. Cuando Antonio observó que su amada lo abandonaba, él hizo lo mismo y abandonó su nave insignia, una de las grandes ‘dieces’, y se transbordó a una barca de remos, una ‘cinco’ mucho más pequeña; ante este extraño comportamiento de su comandante, otras de sus naves le siguieron apresuradamente.

2/3 partes de la flota de Antonio quedó copada por los barcos de Octavio, quien como un gran especialista en la propaganda se encargó de exagerar la ferocidad de la batalla, y lo mucho que le había costado derrotar a un enemigo de prestigio y romano, como era Marco Antonio.

Según Plutarco las bajas totales serían de unos cinco mil, como la batalla se produjo muy cerca de la orilla, muchos de los derrotados pudieron salvarse de morir ahogados. Verbigracia, Sexto Pompeyo se encargó de organizar un servicio de rescate, utilizando sus propias naves que eran de pequeño tonelaje. Algunos barcos fueron hundidos o incendiados, otros se rindieron, y el resto entró a refugiarse en el golfo de Ambracia.

Entonces, Agripa llegó a la convicción de que era absurdo acabar con unas naves que ya no estaban capacitadas para romper el cerco de Octaviano. Los legionarios de Antonio contemplaron con estupor como su idolatrado general no estaba ya a la altura de las necesidades de la batalla. Canidio se opuso a la rendición incondicional de sus legionarios, pero estos no le hicieron ningún caso, y negociaron con Octavio, sin el más mínimo pudor, para que los aceptase; así ocurrió y varias de las legiones de Antonio fueron preservadas o protegidas, y a otros soldados se les incorporó, de forma inmediata, a las propias legiones de Octaviano, inclusive aunque ya tuviesen la edad para licenciarse, y por ello se les prometieron tierras conforme al trato habitual acordada por Roma con sus legionarios veteranos.

Canidio, que no esperaba ningún trato de favor, escapo a uña de caballo. El Tesoro de la reina consiguió salvarse, pero todo ello no era suficiente para reparar las legiones y la flota perdidas. La espantada de Antonio fue un desastre para el desarrollo de la ya perdida batalla, y además lógicamente perdió la lealtad de sus legionarios, por lo que el dar la vuelta a la batalla se tornó, obviamente, imposible. Sea como sea, este comportamiento tan cobarde y pusilánime de Marco Antonio dejó a sus soldados abandonados, manifestando que su carácter correspondía a un ciclotómico patognomónico, y con ello dejó bien claro que ya había admitido su clara derrota frente a Octavio.

Por consiguiente, tanto el triunviro como la reina de Egipto, solo pensaron en salvar, de manera egoísta, su propia vida, dejando a sus hombres morir por ellos y sin remedio. Antonio tenía mucho más de mito de gran general que de realidad, y su derrota en Accio había dejado claro que le faltaban arrojo o valentía y, sobre todo, dotes militares de mando como para poder plantar cara a una persona joven e inteligente, como Gayo Julio César Octaviano. Ya no poseía la seguridad en sí mismo, tan necesaria para poder ganar una guerra tan complicada como aquella, y ya estaba carente de la denominada como virtus romana. Todo lo que antecede, conllevó que la propaganda del vencedor fuese cierta, ya que en la misma se manifestaba la certidumbre para Octavio de que Antonio estaba ya tan esclavizado, por la soberana ptolemaica y castrado en su propia alma, como lo estaban físicamente los eunucos de Cleopatra VII. La guerra perdida, tan clamorosamente, conllevaba que el final de la vida del propio Antonio fuese solo cuestión de tiempo.

-MUNACIO PLANCO-

«Los hombres de Cleopatra divisaron la quinquerreme de Antonio siguiéndolos y ella les ordenó izar una señal de reconocimiento; seguramente aminoraron la marcha para que él pudiera subir a bordo. Apesadumbrado, se negaba a hablar con su amante. Al parecer, la pausa en la huida permitió que unos barcos enemigos les dieran alcance; eran del tipo de los que se conocía como liburnios, pequeños pero rápidos. El lance devolvió momentáneamente las energías a Antonio, que se volvió con audacia para plantarles cara; aunque sólo se hundió un barco, bastó para acabar con la persecución. Luego, se nos dice, se sentó a solas en la proa de la nave de la reina. Plutarco, que es quien nos cuenta la historia, afirma no saber si era la rabia o la vergüenza lo que consumía a Antonio. Al tercer día fondearon en una de las puntas más meridionales del Peloponeso, y las dos criadas de más confianza de la reina, probablemente sus doncellas Charmión e Iras, consiguieron convencerle de que fuera junto a ella; los amantes estuvieron hablando, y comieron y durmieron juntos el resto de la travesía. Se les unieron algunos barcos de transporte y otras galeras que habían logrado escapar de Accio, y tal vez esto animara a Antonio, porque cogió el dinero que iba a bordo de uno de los transportes y repartió generosos regalos entre los seguidores que le quedaban» (Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página-407).

La derrotada pareja desembarcó en una ciudad llamada Paraitokion/Mersa Matruh, al oeste, y bastante alejada de Alejandría. La reina retornó a la capital de Egipto, mientras que Antonio reunió a los únicos soldados que le restaban, y que conformaban sus últimas cuatro legiones, las cuales estaban estacionadas en la Cirenaica, y al mando de las cuales estaba Lucio Pinario Escarpo (I siglo a.C.), como legado militar de Antonio, quien era sobrino-nieto de Julio César, el cual lo había incluido entre el grupo de herederos menores de su testamento.

Será, entonces, cuando el susodicho militar romano cambie de bando, de forma subrepticia, proclamando su fidelidad a Octavio y ajusticiando, por medio del corte de cabeza a los únicos oficiales fieles a Antonio, este al recibir la noticia intentó suicidarse, y costó mucho esfuerzo físico y psicológico convencerle de lo contrario e impedírselo. Cleopatra, por el contrario, siempre mantuvo su entereza, deseando con toda una parafernalia de fanfarrias musicales de que la noticia de Accio, todavía y siempre, fuese desconocida para los egipcios.

Pero, su crueldad típicamente ptolemaica, y patognomónica no descansó, y dio la orden de que algunos de los magnates alejandrinos tibios fuesen eliminados, por hechos que ella intuía como de Alta Traición y, a la par, quedarse con sus propiedades. Uno de ellos, entre los más conspicuos, sería el Rey Artavasdes II de Armenia (¿?-Rey entre 55 a 34 a.C. Fallecería por decapitación en el 31 a.C.), a quien ya lo tenía aherrojado desde el año 34 a.C., que para Plutarco fue un erudito que escribió sobre historia y tragedias griegas.

En estas peliagudas circunstancias, consiguió, no obstante, aliados entre los sacerdotes del Bajo Egipto, temerosos como estaban de que pudiesen ser condenados al mismo destino que los nobles egipcios asesinados. Antonio entro, de nuevo, en su habitual Síndrome Ansioso-Depresivo, con su frecuente labilidad emocional, entregándose a la general autocompasión y amargura, que siempre conlleva ese síndrome; recluyéndose en su palacio, que se encontraba situado en las cercanías del templo alejandrino de Poseidón, donde pasó a vivir casi en una total soledad.

Octavio también estuvo inactivo, porque el enemigo ya no era peligroso, y consideraba más esencial la pacificación de Grecia. Los primeros que cambiaron de bando serían los habitantes de Queronea, que se repartieron los sacos de cereal que iban a ser destinados a Antonio. Todas las poleis griegas se vieron en la obligación de entregar al vencedor innumerables obras de arte, y dinero cuantioso.

Herodes I “el Grande”, rey de Judea, Galilea, Samaría e Idumea [ca. 74 a.C., Edom/Idumea-Tetrarca entre los años 37 a.C. y 4 a.C./Jericó] envió sus atributos de monarca, trono, diadema y cetro, previamente a presentarse como vasallo ante Octaviano. Ninguno de estos soberanos orientales consideró, en ninguna ocasión, que hubiesen hecho nada reprobable, sino cumplir con su obligación de aliados de Roma, representada en ese momento por Marco Antonio, y así de esta forma contemplaban alguna posibilidad de librarse de la habitual opresión del SPQR (Senatus Populusque Romanus).

Entonces, Gayo Julio César Octaviano se vio en la obligación de regresar a la urbe capitolina, ya que el descontento por los ingentes impuestos recaudados, y que oprimían a los romanos, tenían a los habitantes de la metrópoli muy soliviantados; por ello, Octavio, rebajó en una aplastante cuantía dichos impuestos. El banquero de Octaviano, que se llamaba Mecenas, le informó de que se había visto obligado a reprimir una conspiración muy grave encabezada por el hijo del triunviro Lépido, Marco Emilio Lépido (siglo I a.C.), quien enseguida sería juzgado y ejecutado por Alta Traición, su esposa Servilia se suicidaría, la cual era hija de Publio Servilio Vatia Isaúrico (ca. 94 o ca. 99 a.C.-Siglo I a. C.), al que se le recuerda como una auténtica marioneta política de Julio César.

Los veteranos legionarios a punto de licenciarse estaban sumamente impacientes por los retrasos en recibir la licencia definitiva, y las tierras que ella les otorgaba ad hoc. Octaviano se vio obligado a ir en persona a dialogar con estos valerosos soldados legionarios romanos. Para tratar de convencerlos necesitaba poseer las ingentes riquezas del Egipto ptolemaico, y sus obstáculos eran Marco Antonio y, sobre todo, Cleopatra VII Filópator.    

                                                -GAYO JULIO CÉSAR-

Cleopatra se preparó para el asalto final de Roma, y para ello ordenó la construcción de nuevos barcos, además el tesoro real sería trasladado hasta el puerto de Alejandría, para si las cuestiones bélicas se complicaban más todavía, ella y su pareja amorosa tendrían suficientes riquezas como para garantizar su bienestar material y pagar por su protección a un número importante de soldados mercenarios que les defendieran.

El rey de los nabateos, Malicos I/Malico/Malchus, quien gobernó entre los años 59 y 30 a.C., y que probablemente era primo-carnal de Herodes I “el Grande”, no aceptó, en ninguna circunstancia, el que sus tierras hubiesen sido entregadas, por Antonio, a la reina de Egipto, a la que atacó quemando sus naves, ya que el deseo de todos estos régulos era el de congraciarse con el nuevo dueño de la Europa conocida, Gayo Julio César Octaviano.

Entonces, Cleopatra convenció a Antonio de que regresase a su lado en Alejandría; la llegada pues, de Canidio, ennegreció la situación, más si cabe, ya que el número de deserciones seguía incrementándose.

Los planes de la real pareja ya eran disparatados, ya que incluso pensaron en intentar llevar la guerra hasta las tierras de Hispania. La fiesta del 53º cumpleaños de Antonio, 14 de enero del año 30 a.C., fue fastuosa. Ella tenía 39 años. Disolvieron su sociedad de ‘vividores inimitables’, para crear una nueva denominada como: ‘partícipes en la muerte’, denominación que se inspiró en una obra de teatro de moda en Alejandría, pero que finalizaba con la concesión del necesario indulto, por medio del cual se libraba de una condena a muerte a los dos enamorados.

No obstante, y como casi siempre la realidad iba a superar a la ficción, pero en el sentido negativo del término. En el año 30 a.C., durante el invierno y la primavera, Cleopatra VII comenzó a interesarse, de forma pormenorizada, por los diferentes tipos de venenos existentes y por sus efectos inmediatos, inclusive hizo pruebas con ellos con condenados a muerte, para poder comprobar la rapidez de la muerte, y el grado de dolor que padecían esos envenenados.

Como una buena madre y entregada que lo era, lo preparó todo para que su hijo Ptolomeo Cesarión, de 16 años de edad en ese momento, pudiese vivir en la India, con un importante tesoro económico, y una escolta de defensa oportuna. Cuando llegó su cumpleaños, el joven fue inscrito en el efebeio (lugar para los adolescentes de 15 años hasta los 18 años)del gimnasio (institución dedicada a la instrucción física y espiritual) de Alejandría.

Marco Antonio Antilo, de 14 o 15 años de edad, comenzó a utilizar la toga viril/toga uirilis (significaba el paso de la infancia a la adolescencia. Era blanca sin adornos o pinturas) en ceremonias públicas, que lo cualificaba ya como ciudadano de Roma, aunque no abandonaba la patria y potestad/patria potestas del pater familias, en este de su padre Marco Antonio. Cesarión era la indubitable garantía dinástica. Tanto, Cleopatra VII como Marco Antonio enviaron múltiples emisarios a Octavio, de forma individual, para intentar negociar algún tipo de acuerdo, que les permitiera tratar de conservar su reino egipcio, y algo de él para ella y para sus hijos. Inclusive, Antonio le ofrecía a su enemigo separarse de Cleopatra e irse a vivir a Atenas, recordándole a Octavio la amistad que habían sostenido en el pasado, y le indicaba el ingente número de correrías amorosas que habían realizado juntos.

Pero, Gayo Julio César Octaviano era un rencoroso por antonomasia, lo que solía plasmar en sus habituales deseos de venganza. En este caso, engañaría secretamente a Cleopatra, al prometerle que le respetaría la integridad y el mando de su reino si asesinaba por el método que fuese a Marco Antonio, esto lo afirma, taxativamente, el historiador Dión Casio (Nicea, ca. 155 d.C.-post 235 d.C. 2º Consulado en el año 229 d. C. con el emperador Alejandro Severo).

Por otro lado, Antonio enviaría su joven hijo Antilo, con bastante oro como para poder comprar o halagar la voluntad de Octavio, pero el poderoso dominador del SPQR no se dignó contestarle nada. Octaviano siempre fue un personaje sumamente retorcido, y está claro que con este comportamiento pretendía sembrar la cizaña entre ambos amantes.

«Uno de los agentes de Octavio ante la reina fue un liberto, Thristo, poseedor de gran encanto y manifiestas dotes diplomáticas; las largas audiencias privadas que le concedió Cleopatra llevaron al desconfiado Antonio a mandar que lo azotaran antes de devolverlo a Octavio con el mensaje de qué si quería corresponder, podía propinarle unos latigazos a Hiparco: uno de sus propios libertos, que mucho tiempo atrás se había pasado al otro bando. En otra ocasión le obsequió de otro modo: sus enviados le llevaron al cautivo Turulio, uno de los dos asesinos de César que aún seguían con vida; el prisionero fue enviado a Cos, donde lo ajusticiaron por el asesinato y también por la profanación de la arboleda sagrada»  (Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página-412).

Pero, así como Octavio ya tenía todo el imperium, su enemigo tenía muy poco que ofrecer, su milicia había mermado hasta el punto de que la mayor fidelidad estaba representada por un grupo de gladiadores de la Escuela de Cízico, ciudad del Asia Menor, quienes habían sido condenados a luchar en la arena del circo hasta la muerte, por lo que estaban muy ilusionados con poder obtener la libertad sirviendo a Marco Antonio como legionarios. Serían aherrojados y ejecutados a traición, aunque los octavianos que los detuvieron les habían prometido que les iban a perdonar la vida.

De los dos amantes, Cleopatra estaba en una mejor posición política, ya que su ingente cantidad de dinero podría ser utilizada por Octavio para poder pagar a sus veteranos, a la mayor brevedad posible. La reina había ocultado buena parte de su tesoro en su mausoleo de Alejandría, lugar en el que ordenó se incluyese material inflamable para poder destruirlo todo si ella se encontrase en riesgo de muerte inminente. Sería de esta forma por medio de la cual la reina se preparaba para morir, pero también negociaba para conservar su vida. No obstante, estos planteamientos dilatorios no estaban en la mente de Octavio, quien tenía mucha prisa para poder acabar con estos enemigos, que tan molestos le estaban resultando para sus planes imperiales de futuro; y, además, poderse quedar con sus tesoros.

-PLUTARCO DE QUERONEA-

En el verano de dicho año, Octavio puso ya en pie de guerra a sus legiones:

1º)-Desde la Cirenaica, por occidente y con el apoyo costero de la flota, el ejército estaba conformado por las cuatro legiones de Antonio y que le habían traicionado. Su general era Gayo Cornelio Galo (Forum Livii/Forlí, o Fréjus/Galia 70 a.C.-26 a.C./Exanguinación. Primer Prefecto o Procónsul de Egipto), descendiente de galos ennoblecidos por Julio César.

2º)-Desde Siria, en oriente, Octaviano llegó hasta Pelusio. Antonio tenía únicamente las legiones que había podido embarcar en las naves de Accio, más las levas realizadas en Egipto. En suma, dos legiones, tropas auxiliares y una marina de reducido tamaño.

Antonio decidió arengar a las legiones de Cornelio Galo que ya le habían traicionado, para tratar de volverlas a atraer a su lado; para evitar que sus antiguos soldados pudiesen escucharle, Cornelio Galo ordenó, entonces, que sonasen con todo poder las bocinas o trompetas, y así conseguir ahogar las palabras de Marco Antonio.

Entonces, Marco Antonio atacó, pero fue derrotado sin paliativos por C. Cornelio Galo, a la par que inutilizaba con añagazas a la marina antoniana. Antonio se retiró con los restos de sus deslavazadas legiones. La fortaleza de Pelusio cayó sin luchar. Dión Casio acusa a la reina de entregar esa ciudad al enemigo, engañando a la esposa e hijos del defensor de la guarnición, Seleuco, quien abrió las puertas a Octaviano. Toda la familia del gobernador sería ejecutada por el fracaso del mencionado gobernador.

La reina trató, con ello, de acallar los rumores sobre su posible traición, o incluso de esconder su culpabilidad. Cuando regresaba de su derrota ante Cornelio Galo, Antonio se encontró, inopinadamente, con las tropas de caballería de Octaviano, y logró derrotarlas. Los arqueros de Antonio dispararon una nube de saetas, con un mensaje en el mango de cada flecha en el que se escribía que Marco Antonio ofrecía a cada soldado enemigo 1.500 denarios por pasarse a sus filas.

No obstante, el fracaso fue total y absoluto; por lo que regresó a Alejandría, y con su armadura y toda su parafernalia militar abrazó y besó a la reina Cleopatra, siguiendo toda la épica de los héroes de Homero. Entonces, un caballero galo eximio en la lucha, sería distinguido por la reina que le entregó un yelmo y una coraza de oro. Pero, de forma inesperada, y sin la más mínima ética, a pesar de todos los regalos recibidos, ese soldado galo desertó esa noche y se pasó con armas y bagajes a las tropas de Octaviano.

Los ‘Partícipes de la muerte’ celebraron aquella noche su último banquete, ya que se maliciaban que sería la apoteosis final de su vida. Por lo tanto, el ágape fue de proporciones gigantescas. Antonio estaba en su fase de ciclotimia heroica, y parece que comenzó a decir que deseaba morir como algunos de los héroes míticos de la Historia Antigua. La música y los cantos que utilizaron fueron los de las cabalgatas dionisiacas, que ambos tanto amaban.

Tanto entre los griegos como entre los romanos, se consideraba que cuando los dioses poliados (eran las divinidades ciudadanas) abandonaban a una ciudad, era el prólogo de una tragedia; por lo que los legionarios de Roma solían celebrar una nueva ceremonia de recepción de los dioses cuando ocupaban, manu militari, una nueva ciudad.

Entonces, Marco Antonio preparó un plan, que parecía ser muy ambicioso, pero que era sumamente fuliginoso, ya que esta obscuridad indicaba que para el 1 de agosto del año 30 a. C., en primer lugar, se atacaría en el mar a la flota de su acendrado enemigo y, luego, lo continuaría todo por tierra. Todo era etéreo o poco tangible, y sin la más mínima base de realidad. En efecto, cuando sus barcos salieron a pelear, Marco Antonio se quedó perplejo al contemplar como sus naves se colocaban frente a las de sus enemigos y, de pronto, y sin previo aviso, levantaron los remos en señal de rendición.

La caballería hizo lo mismo, y desertó casi al unísono que los marineros. La infantería dubitativa con respecto a lo que debería hacer, peleó sin orden ni concierto y fue derrotada con cierta facilidad por la enemiga. Antonio regresó a Alejandría y echó en cara a Cleopatra que le hubiese traicionado. Dión Casio escribe, sin circunloquios, que la soberana habría ordenado a los capitanes de los barcos que desertasen. En realidad, la mayoría de las naves habían sido equipadas y tripuladas a expensas del dinero de la reina; por lo que, por todo lo que antecede sí podría haber pactado su deserción en negociaciones secretas a cambio de dinero.

La mayor parte de los historiadores actuales descartamos este comportamiento impropio de una soberana, que había dado siempre muestras inequívocas de una ética contraria a esa forma de ser. La rendición de Marco Antonio y de Cleopatra, sin condiciones, dejaba bien claro que ambos tenían una confianza absoluta en poder obtener el perdón y la conmiseración de parte de Gayo Julio César Octaviano. Además, consideraban que así se ahorrarían la pérdida de vidas humanas romanas muy valiosas; este era el habitual pragmatismo socio-político de la reina de Egipto.

Cleopatra era una auténtica superviviente, ya que había conseguido conservar el trono durante unos veinte años, haciendo frente a complicadas intrigas, en una corte ptolemaica críptica hasta el grado sumo. No obstante, su inquietud era por la vida de su hijo Ptolomeo Cesarión, quien ya debería estar a salvo, pensaba ella, en la India. Además, por otro lado, los hijos de Antonio eran romanos, y podrían ser clientes regios del joven César del SPQR, pero Marco Antonio estaba perdido y no tenía salvación posible de ningún tipo. Octavio era rencoroso y vengativo, y el perdón y el olvido no formaban parte de su conjugación política habitual.

Marco Antonio caía, pues, con estrépito, y la reina se refugiaba en su gigantesco mausoleo, que era una pétrea estructura de dos alturas con una sola puerta y una ventana, que se habría desde la planta superior; pero por desgracia para Cleopatra todavía estaba en fase de construcción, por lo que la soberana egipcia entró en su cenotafio solo acompañada por sus dos doncellas, Iras y Charmión (Siglo I a.C.-12 de agosto de 30 a.C. Suicidio), y un eunuco, Mardión, para luego bloquear la puerta con una barrera de piedra, estando ella dentro encerrada con su ingente tesoro. Allí estaría sola sin su amante, y para ello, según Plutarco y Dión Casio refieren, que pidió a sus cortesanas que le indicasen, a él, que ella ya estaba muerta.

Entonces, Marco Antonio se quedó muy pesaroso, deseando morir para poder estar siempre con ella; y para conseguir su autoinmolación se retiró a su cámara privada y le solicitó a un esclavo, de confianza, que lo matase. El susodicho siervo llamado Eros, blandiendo el arma se la clavó a sí mismo. Antonio, entonces, emocionado y sorprendido a la vez de tamaña fidelidad y lealtad, cogió su propio puñal y se lo hundió en el abdomen. Caído, pues, sobre un diván, y tras recuperar un poco su consciencia suplicó a sus pocos seguidores, que se encontraban en dicha habitación, que lo ayudasen a morir definitivamente; aunque no encontraría ningún cómplice para ello, ya que todos abandonaron ese lugar a la carrera.

Entonces, Cleopatra fue informada del hecho luctuoso, envió a buscarle, utilizando cuerdas para poder elevarlo en un catre hasta la ventana del mausoleo, y tras un enorme esfuerzo físico consiguieron introducirlo en la tumba de la reina. La soberana lo recibió llorando amargamente, rasgándose las vestiduras con desesperación y golpeándose en el pecho. Antonio entonces pidió vino, y murió al poco tiempo, y a su lado en su regazo.

Plutarco fabula pues con las últimas palabras que pudo pronunciar el triunviro:

«…Antonio dijo que el suyo era un buen final para un romano, vencido con valentía por un romano…» (Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página-417).

Con todo ello, se puede colegir que Cleopatra pensaba romper los lazos que les unían, ya que conocía su violenta reacción cuando supiese que ella había muerto; pero nunca habría caído en aceptar el consejo de Octaviano de que asesinase a su pareja. Cleopatra VII no deseaba ser partícipe de la muerte de Marco Antonio; ya que todavía le sobrevivió más de una semana, aunque lloró su pérdida sin ambages, y se encargó de la honra de su cuerpo de la mejor manera posible.

Gayo Julio César Octaviano entró, pues, en Alejandría y convocó a los habitantes de dicha capital en el gimnasio, donde se dirigió a ellos en griego, nombrando al filósofo griego Areio/Ario Dídimo (siglo I a.C.), un estoico y maestro del propio Octavio como su representante ante el consejo ciudadano; sería este personaje el que aconsejaría, de forma prístina, la necesaria ejecución de Ptolomeo Cesarión: “OUK AGATHON POLUKAISARIE/NO ES BUENO TENER DEMASIADOS CÉSARES”. Octavio siempre manifestó que habría perdonado la integridad de esta polis por aprecio a Areio y como homenaje a la memoria de Alejandro III de Macedonia [Pela, 20 o 21 de julio de 356 a.C.-Rey de Macedonia, 336 a.C.; faraón de Egipto-332 a.C.; Gran rey de Media y Persia-331 a.C. Hasta su muerte en Babilonia, 10 u 11 de junio de 323 a.C.], conocido como Alejandro Magno.

Los habitantes de Alejandría se sintieron aliviados, aunque de forma críptica siguieron prefiriendo a Marco Antonio. Entonces, Octaviano envió a uno de sus libertos y al caballero/equites Gayo Proculeyo a parlamentar con ella, aunque, en ninguna circunstancia, la reina aceptó el deseo de salir del mausoleo.

La segunda entrevista conllevó una añagaza añadida contra la soberana, ya que mientras Gayo Cornelio Galo hablaba con ella a gritos y a través de la puerta sellada, Proculeyo y dos esclavos subieron por una escala de cuerdas y entraron por la ventana, entonces sujetándola con fuerza impidieron su suicidio con un cuchillo. El eunuco de la soberana murió en la refriega, y ella misma y sus doncellas fueron conducidas a presencia de Octavio.

El funeral de Antonio fue decisivo, ya que fue embalsamado y no incinerado como era lo habitual entre los romanos del siglo I a.C. Los cortes que ella se hizo se infectaron, probablemente por un germen patógeno como el Estafilococo dorado; por lo que enseguida comenzó a presentar fiebre elevada, por encima de 39ºC casi seguro, y además se negó a comer.

El médico regio llamado Olimpo fue quien la trató, y consiguió que recuperase sus ganas de vivir, cuando se enteró de que el joven César ya vencedor por antonomasia aceptaba recibirla, aunque la cita ya era obligatoria, porque si no, Octavio la amenazó con eliminar físicamente a sus hijos.

Dión Casio realiza todo un cuadro literario en el que una bella mujer se ve obligada a inclinarse ante su vencedor, sosteniendo las cartas que conservaba de Gayo Julio César, y rodeada de sus cuadros y de sus bustos, en ninguna circunstancia Octaviano fijo en ella la mirada. La reina se arrodilló ante él y este le indicó, con cierta displicencia, que su vida no corría ningún peligro, y le negaba la súplica a que se uniese a Antonio en la muerte del triunviro.

La propaganda capitolina del SPQR recalcó claramente como el virtuoso Octaviano no se dejó seducir por los encantos de la soberana egipcia, como les había ocurrido a Julio César y a Marco Antonio; pero la situación de ella era muy diferente a la del pasado. Plutarco la describe como muy hermosa, pero muy sencilla, con el pelo alborotado y tendida en un jergón de paja; asimismo recae toda la culpa en Marco Antonio.

Octavio la rebatió en todos sus argumentos con suma tranquilidad. Sus ingentes riquezas salieron a colación. Uno de sus criados llamado Heleno sería abofeteado por indicar a Octavio que se guardaba, la reina, la existencia de muchos objetos valiosos, para indicar a continuación que se había reservado algunas de sus alhajas más preciadas, y así poder entregarlas como regalo a Livia y a Octavia “la Menor (Nola, 64 a.C.-Roma, 11 a.C.).

«Dión añade que esperaba ganarse el favor de la esposa y la hermana de Octavio, y que se ofreció para zarpar hacia Roma. Sin duda, los autores de sendos relatos del dramático encuentro dieron suelta a su imaginación; pero lo que sí es verosímil es que Cleopatra recurriera al encanto, al patetismo, a la adulación, a la musicalidad de su voz y al influjo de su belleza y personalidad para convencer al vencedor: emplear todos los medios que aún tenía a su alcance no era sino sensato, dadas las circunstancias»  (Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página-420).

Finalizada la reunión, Octaviano dejó claro que se la quería llevar a Roma para celebrar el Triunfo, que era una ceremonia civil y un rito religioso de la Roma de la Antigüedad, por medio del cual se celebraba y se consagraba públicamente el éxito de un comandante militar, que había conducido a las legiones de Roma a una importante victoria al servicio del SPQR o Senatus Populusque Romanus. Cleopatra sería el icono esencial de esta ceremonia que le iba a conceder sensu stricto, como más que merecida.

La muerte de la reina no estaba en discusión, ya que nunca se había realizado con ninguna mujer después de un Triunfo, pero perdería todo su poder, su dignidad, y estaría abocada a un exilio bastante cómodo. Esto no entraba dentro de las premisas intelectuales y personales de una reina que consideraba que provenía de una dinastía pletórica de monarcas eximios.

Egipto, a continuación, sería transformado en la posesión privada, para ser explotada, de Gayo Julio César Octaviano y de sus herederos. Cleopatra quedó profundamente decepcionada por esta entrevista, ya que lo único que había obtenido, tras sus muchas renuncias, era la confianza por parte del romano de que no intentaría quitarse la vida. El tener que desfilar uncida al carro del vencedor, como cautiva de guerra por la romana Vía Sacra, le producía una profunda repulsión, con su poder reducido a ser la befa y la burla del populacho de Roma, que siempre estaba ansioso y preparado para este tipo de expresiones del poderío del SPQR y de sus legiones.

Por lo tanto, se puede entender que sería en ese momento de reflexión profunda, cuando decidió quitarse la vida, y no dar ese placer de vencedor a Octaviano. Quizás a Octavio le interesaba más viva que muerta, ya que desfilando ante los romanos y con la fama de enemiga irredenta que tenía la reina de Egipto, este gesto de clemencia hacia Cleopatra realzaría el triunfo del joven César.

-GNEO POMPEYO MAGNO-

El suicidio de Cleopatra VII ha desatado ríos de tinta a lo largo de la historia, ya que las fuentes antiguas no saben que fue lo que ocurrió exactamente. Cuando se especula sobre la posible serpiente y su mordedura, se han nombrado al aspid o a la víbora como ofidios necesarios para poder matar a la reina de Egipto y a sus dos doncellas; aunque últimamente se piensa en una cobra egipcia de dos metros de longitud.

Plutarco escribe que el malhadado ofidio fue introducido en un cesto de higos; para Dión Casio en un canasto de flores; aunque, el tamaño de dicha serpiente la inactiva como agente envenenador primigenio, por la necesidad de recipientes muy grandes para contenerla; lo que hubiese desatado las suspicacias de los romanos. Estrabón escribe sobre un ungüento tóxico, y asimismo cita que el veneno estaba en una horquilla hueca que Cleopatra llevaba siempre entre sus cabellos.

Lo que sí se sabe con certeza, es que el 10 de un más que caluroso, tórrido, mes de agosto del año 30 a.C., Cleopatra VII fue a visitar el cadáver de Antonio por última vez, el cual seguía estando en el mausoleo de la reina, y del que los romanos habían forzado la puerta para poder sacar los tesoros.

Al retornar a su palacio de Alejandría, Cleopatra se baña, se viste y se coloca sus atributos regios. Acompañada únicamente por sus doncellas Charmión e Iras dieron cuenta de una suculenta y suntuosa cena. A priori escribió una carta a Octavio, ya que estaba segura de que cuando la recibiese, ya no podría frenar su muerte. Las fuentes clásicas refieren que la soberana de Egipto tenía unas tenues marcas o pinchazos en el brazo izquierdo.

A veces el veneno de los ofidios produce convulsiones. Las doncellas tendieron a su señora en un diván, colocando a la vista y de la mejor manera posible su cuerpo, sus ropas y sus joyas; para a continuación matarse ellas también, utilizando el mismo veneno por medio de una picadura de la susodicha serpiente o por la ingesta de una ponzoña fatal.

Cuando recibe la epístola, Gayo Julio César Octaviano envía a sus hombres a la cámara de la reina, el espectáculo se presupone que sería dantesco, ya que la reina e Iras estaban ya muertas, mientras que Charmión agonizaba tratando de dar los últimos retoques a la diadema regia de la soberana de Egipto. «Según Plutarco, uno de los hombres le preguntó si creía que aquella había sido una buena acción. “Una buena acción, claro que sí, propia de una reina que descendía de tantos reyes”, replicó Charmión antes de desplomarse y morir; fiel o no a la verdad, era una escena final digna del último acto de la historia de Cleopatra» (‘Antonio y Cleopatra’, de Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros. Año-2011. Página-422).

Según el historiador Plutarco, la reacción de Octaviano sobre la muerte de la Reina Cleopatra fue: “Se sintió muy enfadado por la muerte de la mujer, y agradecido por su espíritu elevado como monarca”.

Sea como sea, Octavio trató, a pesar de la irritación que sentía por no poder llevar a buen puerto sus planes de lucirla en su Triunfo en Roma, el cuerpo muerto de la soberana egipcia con todo respeto; inclusive contrató a unos encantadores de serpientes llamados psilli, que eran muy habilidosos en la extracción del veneno de los ofidios del cuerpo de las personas atacadas por estos animales, pero todo fue ya inútil.

Antonio y Cleopatra serían enterrados juntos en el mausoleo de Alejandría. Octavio no demostró, por el contrario, el más mínimo interés por los ancestros de la reina, y tampoco deseo ser el toro Apis, que era el heraldo del dios Ptah, luego de Osiris y, al final de Sokar. Asociado en el panteón egipcio con la muerte. Ya que indicó, según Dión Casio, que: “él adoraba a dioses y no a ganado”. Pero, sí pudo cumplir su mayor deseo, que era el de conseguir el mayor tesoro posible ptolemaico, y que la reina egipcia había ido acumulando en su tumba. Dión Casio definiría a la reina Cleopatra como: “Una mujer de sexualidad insaciable y avaricia insaciable”.

Por consiguiente, Octaviano solo que tuvo que solicitar dinero de los templos de forma voluntaria, sin cometer el sacrilegio de robarlo, manu militari, lo que le costó muy poco esfuerzo, ya que los sacerdotes de Egipto deseaban, fervientemente, agradar a sus nuevos amos, quienes ahora ya lo eran los hombres del río Tíber.

Los romanos sustrajeron algunos trofeos emblemáticos egipcios, que fueron dos obeliscos históricos; además el pendiente de perlas fue para adornar los lóbulos de las orejas de la estatua de la Reina Cleopatra en el templo de la Venus Genetrix (año 46 a.C.) del Foro de Julio César, en Roma.

Publio Canidio sería ejecutado por delito de alta traición o de perduellio o Lex Maiestas, que significaba rebelarse contra el Estado por DESERCIÓN, o por un INTENTO DE GOLPE DE ESTADO contra el SPQR, intentando constituir un orden político independiente al margen de Roma o Adfectatio regni. El mismo fin padecería Casio de Parma. Por el contrario, Quinto Gayo Sosio se entregaría y sería bien tratado.

Marco Licinio Craso III Dives (siglo I a.C.), nieto del triunviro recibió el consulado acompañando a Octaviano, en el año 30 a.C. Lucio Munacio Planco se dedicó a allegar riquezas sin cuento, y se construyó un mausoleo monumental en Gaeta, ciudad del Lacio.  A Marco Antonio Antilo lo decapitaron por una orden directa e incuestionable del propio Octavio en el templo de Julio César en Alejandría.

El tutor de Ptolomeo Cesarión, Rodón, lo traicionó llevándolo con engaños de vuelta hasta Alejandría, donde Octaviano, de inmediato, dio la orden de que fuese eliminado. Octavio consiguió, el 1 de enero del año 29 a.C. su cuarto consulado, celebrando tres triunfos consecutivos entre el 13 y el 15 de agosto de dicho año, por: su victoria en el Ilírico, por la victoria en Accio y por la toma de Alejandría. La imagen pintada de la reina Cleopatra VII desfiló en el cortejo triunfal con dos serpientes, que representaban a sus envenenadoras. En el desfile participaron como rehenes los tres niños vivos: Alejandro Helios, Cleopatra Selene y Ptolomeo Filadelfo.

Los restantes hijos de Antonio y Cleopatra fueron bien tratados, educándose todos ellos en la casa de Octaviano. Aunque, verbigracia, Julio Antonio sería ajusticiado, en el año 2 a.C., en el escándalo que afectó a la hija Julia “la Mayor” de Octavio, que ha pasado a la historia por su lascivia, su promiscuidad y sus excesos sexuales; se cita en las fuentes clásicas que una noche organizó una orgía en la plaza del mercado de Roma. Se le acusó, además, de un intento de golpe de estado contra Octavio con el hijo de Antonio; por ello sería desterrada a la isla de Pandataria, en condiciones muy duras.

La citada hija de Octavio la tuvo con su segunda esposa Escribonia (ca. 68 a.C.-16 d.C. ‘Gravis Femina’), y fallecería en Rhegium/Regio Calabria de malnutrición, por medio de la venganza del nuevo emperador Tiberio [Tiberio Julio César Augusto. Roma, 16 de noviembre de 42 a.C.-Emperador desde el 17 de septiembre del año 14 d.C., hasta Miseno, 16 de marzo de 37 a.C.], que la odiaba por deshonrar su matrimonio con él. Cleopatra Selene se casó con el rey Juba II de Mauritania [Hipona, 52 o 48 a.C.-Tipasa, 23 d.C.].

Antonio nunca demostró ningún tipo de compromiso con la reforma política legislativa; todo lo que aprobó o legisló cuando fue cónsul o triunviro pretendía su propio beneficio, acumulando ingentes cantidades de poder y de riquezas. Cleopatra solo pretendió mantener el poder que era inherente a toda la dinastía de los Ptolemaicos. Marco Antonio no poseía una inteligencia o una memoria privilegiadas, ni una ética reseñable, sino sí un gran coraje personal y una valentía indiscutible en el combate. Siendo un buen oficial a las órdenes de Gayo Julio César, pero cuando fue independiente en el mando de sus legiones, sus fracasos superaron a sus éxitos.

En sus Filípicas, Marco Tulio Cicerón lo define, sin ambages, como BÁRBARO, GLADIADOR Y BORRACHO, cuando el 7 de diciembre del año 43 a.C. ordene su asesinato, mandará que su cabeza y sus manos cortadas sean expuestas en el Púlpito del Foro de Roma, Cicerón solo pidió que se le matará con respeto. Era vox populi y verosímil totalmente, en la urbe capitolina, de que Marco Antonio bebía de forma inmoderada, y sus borracheras y francachelas eran continuas y degradantes. Cuando padece la estrepitosa derrota en la invasión del reino de los partos, parece lógico pensar que sufriera un obvio y liberador síndrome ansioso-depresivo, por lo que se debe definir como un estrés postraumático, lo que le condujo al alcoholismo más abyecto.

Cleopatra siempre estuvo con él y a su lado, tratando de insuflarle los máximos ánimos posibles a aquel ciclotímico característico tan complicado en ocasiones. El tándem conformado entre Octaviano y Agripa lo superaban con creces. Marco Antonio ascendió al lugar privilegiado de la jefatura militar de Roma, mucho más debido a la suerte o fortuna y al albur, con que le sostenían sus ingentes riquezas. La reina da la impresión de que era más culta e inteligente que su amante, y sería mantenida en el poder por los romanos, porque les interesaba, aunque sin la aquiescencia de Roma no podría haber detentado el poder en el trono ptolemaico, en aquella maraña de relaciones maritales familiares entre hermanos.

La reina de Egipto nunca se opuso al SPQR, sino que aceptó su imperium, aunque para servirse de él en su propio beneficio. Antonio cuando fue uno de los triunviros, tuvo un poder supremo semejante al de un dictador como Julio César, y sin tener que rendir ningún tipo de cuentas al Senado de los patricios o a la Asamblea Popular.

Para finalizar, deseo indicar que Marco Antonio y Cleopatra nunca tuvieron una vida tranquila, sino que su vida juntos fue un sumatorio de: insatisfecha ambición, orgullo de dinastía, crueldad típica de la época, dureza de comportamiento, celos incoercibles sobre todo por parte del varón, engaño o habilidad de la reina que en ocasiones jugaba con dos barajas marcadas, violencia de todo tipo en una época de supervivencia de los más fuertes, y pasión brutal muchas veces causada por sus relaciones íntimas, amorosas y sexuales, que correspondían a dos personas de carácter sanguíneo.

En suma, es la relación personal, política y amorosa de dos seres humanos importantes en la Antigüedad, que quizás nunca valoraron su fuerza para poder vencer a aquel peligroso y complejo enemigo, llamado luego por la historia como el Emperador César Augusto, quien nunca les iba a permitir que consiguieran, aunque fuese desde Egipto, poseer o mantener el imperium y la auctoritas por encima de su poder omnímodo.   

El poeta latino Sexto Propercio (ca. 47 a.-C.-Roma, 16 a.C.) escribiría, sin el más mínimo respeto, un calificativo obsceno sobre la reina Cleopatra VII de Egipto como: ‘la Reina Ramera’. Hoc est quod dignum est!

LUCIO CORNELIO SILA Y GAYO MARIO “EL VIEJO”-

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                                -LIVIA DRUSILA Y MECENAS-

Del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”. (CSIC).

Del Ateneo de Valladolid (Creación año-1872).

Del Instituto de Estudios Gerundenses (CSIC).

De la Real Sociedad Arqueológica Tarraconense (CSIC).

Del Círculo Cultural Péndulo de Baza (UNESCO).

Del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino (CSIC).

Del Centro de Estudios Benaventanos “Ledo del Pozo” (CSIC).

Del Centro de Estudios Fenicios y Púnicos (CSIC).

Del Centro de Estudios Históricos Jerezanos (CSIC).

De la Asociación Cultural Héroes de Cavite (2024).

Del Ateneo Jovellanos (Creación año-1953).

De la Sociedad Española de Estudios Clásicos (CSIC).

De la Sociedad Española de Estudios Medievales (CSIC).

Del Instituto de Estudios Bercianos (CECEL/CSIC).

De la Asociación Gaxarte, Luanco-Gozón.

De la Asociación Cultural Proculto, Toro-Zamora.

De la Asociación Cultural de Estudios Históricos de Galicia. La Coruña.

De la Asociación Cultural Arte, Arqueología e Historia de Córdoba.

De la Asociación Cultural Arte, Arqueología e Historia de Bujalance-Córdoba.

Historiador -Colaborador de la Fundación Gustavo Bueno-Oviedo.

Del Centro de Estudios Merindad de Tudela.

Del Centro de Estudios Linarenses-Linares/Jaén.

De la Asociación Cultural Placentina “Pedro de Trejo”-Plasencia/Cáceres.

De la Asociación Cultural San Bartolomé de San Martín del Rey Aurelio-Sotrondio/Asturias.

De la Asociación Cultural Rey Ordoño I-Villamejil/La Cepeda/León.

De la Asociación de Amigos del Museo Marítimo de Asturias-Luanco.

De la Asociación Cultural “Raíces Lacianiegas”-Villablino/León.

Médico-Geriatra en Larrañaga/Domusvi

Historiador-Diplomado en Estudios Avanzados de Historia Antigua y Medieval y Médico-Familia de Atención Primaria.

Vicepresidente del I Concurso de Trabajos Cortos de Investigación en Historia de la Medicina en Asturias. Colegio de Médicos de Asturias.

Médico-Valorador de Discapacidades y Daños Corporales del Colegio de Médicos de Asturias.

507 Críticas Literarias/Ensayo en “Todo Literatura”. Madrid.

52 Trabajos-Ensayos-Curriculares de Historia en “La Gaceta de Almería”.

49 (2023) Trabajos publicados en Dialnet.

35 (2023) Trabajos/Libros publicados en Regesta Imperii /Universidad de Maguncia/Mainz.

246 Trabajos de HISTORIA publicados.

41 Biografías de Músicos de Música-Académica/Culta publicadas.

142 Conferencias impartidas sobre Historia.

1.-EL GRAN REY ALFONSO VIII DE CASTILLA, “EL DE LAS NAVAS DE TOLOSA”. Editorial Alderabán. 2012. Cuenca.

2.-BREVE HISTORIA DE FERNANDO “EL CATÓLICO”. Editorial Nowtilus. 2013. Madrid.

3.-EL REY ALFONSO X “EL SABIO” DE LEÓN Y DE CASTILLA. SU VIDA Y SU ÉPOCA. Editorial El Lobo Sapiens. 2017. León.

4.-EL REY ALFONSO VII “EL EMPERADOR” DE LEÓN. Editorial Cultural Norte. 2018. León.

5.-URRACA I DE LEÓN. PRIMERA REINA Y EMPERATRIZ DE EUROPA. Editorial El Lobo Sapiens. 2020. León.

6.-EL REY RAMIRO II “EL GRANDE” DE LEÓN. EL “INVICTO” DE SIMANCAS. Editorial Alderabán. 2021. Cuenca.

7.-LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA. UN MITO HISTÓRICO. Editorial Alderabán. 2023. Cuenca.

8.-HERNÁN CORTÉS. SU PERSONALIDAD Y SU CARÁCTER EN EL IMPERIO AZTECA. Editorial El Lobo Sapiens. 2024. León.

9.-RAMIRO III, REY DE LEÓN. SEÑORÍO DE MUJERES. Editorial Alderabán. 2025. Cuenca.

10.-LOS CARTAGINESES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. Editorial Alderabán. 2025. Cuenca.

-MARCO AGRIPA Y PTOLOMEO CESARIÓN-

                        -HERODES “EL GRANDE” Y JULIA “LA MAYOR”-

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