Nos hallábamos en el incomparable y siempre extasiante marco de la terraza del edificio de El Mirador, en la plaza de Mojácar, en el Levante Almeriense, desde la que se divisa la enorme llanura del valle de la desembocadura del Río Aguas y varios núcleos urbanos de la comarca, y entre algunos de los temas que salieron se hallaba mi labor periodística pero muy sobresalientemente la de articulista y comentarista político.
Siempre resulta dificultoso, al menos a mí, reflexionar sobre uno, autodefinirse y autocalificarse, porque además del carácter que puede ser enormemente reservado interviene la carga de pudor que se pueda contener, y todo sin contar la necesidad de ocultar datos personales a los enemigos, que no son adversarios porque, concretamente yo, no compito con ellos, y se han erigido en enemigos acerbos porque su escasa lucidez les impide dilucidar el papel profesional que cada uno, es decir el rol, tiene en la sociedad. Los políticos, en general, deberían ser un poco humildes, que el pañolito de a pie valora muchísimo esta cualidad como común y por consiguiente tan sumamente escasa que se han convertido en casi imperceptible, y, cuando menos, dialogar, que encima de no costar nada materialmente se les permite quedar muy bien a quienes la practican. Cierto es, y ya los conozco un poco, porque tiempo he tenido, que es muy variopinta la fauna política, y de todo hay, ciertamente, pero los más molestos resultan y los que mayor peligro contienen, en honor a la verdad, son los que yo vengo a llamar somatenes, correveidiles, guardaespaldas, lameculos, palmeros, chorizos y otros de irreproducible acepción.
Pues bien, recuerdo, cuando mi actividad profesional a tiempo completo era la periodística, y escribía opinión todos los días, que acudí a entrevistar a un Alcalde de la Sierra de los Filabres y literalmente se escondió y cerró la puerta tan fuerte y próxima al escuchar mi nombre que por poco me da en las narices con ella.
En contraposición, otra vez quedé con una edil del Levante Almeriense y sierre recordaré su frase lapidaria hacia mí: “Me dijeron que eras un ogro pero eres todo lo contrario, y ahora me explico el por qué”.
Yo siempre me he autocalificado como un excéntrico compulsivo, sincero y asumido, y como tal he necesitado erigirme en el centro de mi entorno, que a medida que mi actividad profesional se proyectaba de manera más extensa se ampliaba. Por ello, las críticas, casi siempre merecidas, de que he sido y soy objeto, las he llevado con satisfacción y como un gaje del oficio. En consecuencia me ha satisfecho ser objeto de atención y no pasar desapercibido, “es que la gente se fija mucho en ti, tienes un atractivo, no físico aunque a medida que se te va conociendo también, que te hace sumamente interesante, mucho más cuanto las mayores críticas te provienen de las más renombradas personalidades de la provincia”, me decía el viernes una compi- por lo que no me han causado especial molestia y mucho menos inconveniente.
Lo que más me ha agradado de todo ese contubernio es el “parón mental” existente en muchas de las que encima tienen el valor de estar constantemente autopromocionándose como intelectuales de pacotilla, de inteligentes que no pasan de ser catetos avispados y que haciendo gala de un alarde de imaginación prodigiosa y desconocimiento profundo que se sitúan en las cavernas, no habiendo avanzado nada y mucho menos evolucionado. Viven y conviven en las cavernas y nada mejor que contribuir porque permanezcan en ellas.
Hecha esta composición de lugar, que se hacía necesaria, en mi opinión, se erigió mi columna EL MIRADOR como eje durante un buen tiempo de las superagradabilísimas tertulias entre amigos y amigas, llamándome la atención la imagen que en ocasiones se proyecta o proyecto a través de estas reflexiones, porque no se corresponden siempre con la verdad, o al menos con lo que yo deseo transmitir, por lo que se evidencia un déficit que asumo y valoro altamente su exposición.
Como apuntes esclarecedores, que no son la primera vez que me he visto obligado a hacer, debo puntualizar que jamás contesto a temas personales por mucho que se me haya pretendido, generalmente de manera vana, herir, máxime cuando me dispongo a afrontar el último tramo de mi vida laboral. En honor al amable lector que distrae su tiempo en este espacio periodístico, señalaré que hay ciertas cualidades que de manera indigna llevan algunas de esas personas que con tanto fervor, ahínco, perseverancia y fijación me comentan maliciosamente, que no tienen cabida en mi, me estoy refiriendo al rencor, al odio, a la envidia, a llevar y/o comentar la vida de los demás cuando lo conocido de la suya es un total desastre, entre otras.
Por consiguiente, mis reflexiones periodísticas deben verlas, los cada vez más lectores que distraen su tiempo en ellas, como exentas de todas esas virtudes citadas y que tanto aprecio le tienen algunos. Mis reflexiones siempre, es decir que todas ellas, están protagonizadas por personajes públicos, la mayoría de ellos son políticos, versan sobre sus comportamientos en el ejercicio de su cargo público y jamás acaparan el más mínimo tiempo, pueden estar seguros de ello, el aspecto personal, excepto cuando lo ligan a una decisión en el ejercicio de su cargo o al cargo propiamente dicho, que haberlos háylos, y que esté vinculada a las arcas públicas; nunca protagonizan mis reflexiones periodísticas el aspecto personal de nuestros políticos, y también diré que a veces hay motivos más que suficientes para que las protagonicen.
Suelo calificarlas incompasiblemente, con maneras barrocas, con muchos epítetos, muchos calificativos inusuales y posiblemente en desuso, pero solo las formas le dan la áurea, el estilo tan peculiar y la inquina que provocan, lo reconozco, tanto malestar en alguna ocasión que viene a coincidir cuando pretendo descalificar comportamientos o actitudes en los que no debe fijarse ningún gobernante. Créanme, señores gobernantes, en alguna ocasión el sentimiento personal ha aflorado y se he interpuesto entre lo humano y lo profesional, pero lo que impera es el lector y a los lectores no se les puede defraudar. Supongo que al gobernante le habrá ocurrido lo mismo pero a la inversa, que la decisión a tomar provocaba sentimientos encontrados, pero al final se ha adoptado por el bien general. Yo no soy de nadie, es verdad; nadie me domina, es cierto; me debo única y exclusivamente al lector, por lo que mis errores siempre son míos y los asumo, por lo que nadie se me erija en portavoz como tan solo soy un profesional del periodismo independiente que ejerce en función de lo que me dicta mi conciencia y no por intereses etéreos, que también haberlos háylos y en abundancia. Y todo ello, aunque no lo crea el personaje político con cierto grado de humanidad, la única que me condiciona en ocasiones, por escasas que sean, pero también las ha habido y justo es reconocerlo. Lo que nunca haré será traicionar, la traición tampoco ha encontrado cabida en mí, y algunos años llevo ya en la vida pública, ni al lector, que esto está descartado por principio, ni a las personas, y entre éstas a los personajes políticos que han depositado su confianza en mí.